Hace once años, el país vivía una fuerte crisis que desembocó no sólo en la renuncia del entonces presidente Fernando de la Rúa, sino en el surgimiento de nuevas formas de participación, en detrimento del rol de los partidos políticos.
La restricción a la extracción de dinero en efectivo de plazos fijos, cuentas corrientes y cajas de ahorro, denominada Corralito, provocó fuertes protestas bajo el lema “¡Que se vayan todos!”. Muchas manifestaciones se llevaban a cabo golpeando cacerolas, por lo que se las llamó Cacerolazos. El mayor estallido se produjo el 19 de diciembre de 2001, cuando por la represión policial murieron 39 personas, incluyendo nueve menores de edad.
De la Rúa había asumido dos años antes en medio de una recesión provocada por la Ley de Convertibilidad, vigente desde 1991, que fijaba la paridad del peso argentino y el dólar estadounidense. Esa ley había resultado efectiva durante los primeros años del gobierno de Carlos Menem, pero en su segundo mandato comenzaron a notarse sus consecuencias. Fue cayendo el ingreso de divisas y con él el equilibrio que se había conseguido inicialmente, lo que provocó que los grandes inversionistas comenzaran a retirar sus depósitos de los bancos haciendo colapsar el sistema financiero por la fuga de capitales y la decisión del FMI de negarse a refinanciar la deuda y conceder un rescate.
La renuncia del presidente radical se produjo el 20 de diciembre y la crisis se prolongó con una marcada inestabilidad institucional. El antipartidismo que se venía vislumbrando cobró cuerpo, lo que dio lugar al surgimiento de asambleas barriales, acciones obreras para recuperar empresas, alternativas de economía asociativa, basadas en conceptos de autogestión de gobierno.
Si bien no se fueron todos, ya que en las primeras líneas dirigenciales de la política siguen los mismos que estaban antes de 2001, se produjeron cambios que sustentaron el surgimiento del llamado kirchnerismo, vigente desde hace casi diez años.