La muerte del exdiputado Luis Eduardo Barrionuevo impactó fuerte en la política. Primero por la sorpresa. Se sabía que el médico, largamente acusado por mala praxis durante su mandato 2007-2011, había marchado a Córdoba para una operación, pero jamás se pensó que iba terminar sus días en la misma clínica que lo internaron. Complementariamente, nadie que haga lectura de la política puede ignorar la actuación decisiva que tuvo Barrionuevo como legislador, a punto tal que se lo considera uno de los responsables del cambio de gobierno de 2011. El repaso de los avisos fúnebres publicados en los diarios es la prueba más evidente de las sensaciones que generó: muchos, pero muchos peronistas, expresaron su pesar por quien fue diputado de la UCR. Casi ninguno de los radicales, por su parte, se dignó en avisar su muerte.

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También hay que reconocer que ningún diputado, desde 1983 a esta parte, tuvo tanto protagonismo como Barrionuevo en un mandato. Elegido en el 2007 respondía al MIRA y junto al exdiputado Augusto César Jalile se opusieron que todos los cargos fueran digitados por el castillismo o el brizuelismo. Pidieron frente al poder omnímodo ser ellos los conductores de la Cámara. ¡Un verdadero atrevimiento para el momento que se vivía! Si bien no consiguieron el objetivo de máxima, si lograron el de mínima: que la Cámara terminara en manos peronistas, precisamente en la figura de Néstor Tomassi. Lo que vino después fue mucho peor aún.

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Ya sin Jalile, pero con Alfredo Gómez, Barrionuevo llegó a la presidencia en 2009 en la que permaneció hasta promediar 2011. En ese lapso, estableció una afectuosa relación con los empleados legislativos e impuso condiciones al PJ. Por supuesto, los radicales y especialmente Brizuela del Moral (gastó una fortuna para reconquistar la Cámara que le opacaba su gestión) llegaran a odiarlo. No era para menos: sólo les derrumbó el imperio que les había costado 20 años construir.