El crecimiento ordenado de las ciudades puede asegurar a sus habitantes una mayor calidad de vida a menores costos. Cuando esto no sucede, el caos se hace sentir, perjudicando – generalmente- a los sectores más vulnerables.
Casi todas las ciudades de la provincia han crecido sin una planificación y los distintos intentos por reordenarlas se toparon con demasiadas dificultades. Los intendentes pavimentaban calles pero después la obra no duraba porque se rompían para instalar redes de servicios públicos. Se multiplicaron asentamientos, muchos de ellos en lugares peligrosos como cauces de ríos. Se levantaron barrios que no prevén el ingreso de ambulancias, porque en vez de tener calles tienen estrechas arterias peatonales. Y, entre muchos otros indicadores del caótico crecimiento de las ciudades, hubo sospechas nunca confirmadas de posibles avivadas de especulación inmobiliaria.
Aparentemente, hubo casos en que se construyeron barrios en zonas alejadas del entramado urbano, con muchas cuadras de sitios baldíos de por medio, en terrenos que habrían elegido empresas constructoras que contaron con aprobación oficial. Se habló de que esas elecciones se hacían porque los predios contaban con escrituras y toda la documentación estaba en orden. Pero al estar alejadas de la zona urbana, no llegaban hasta allí el tendido eléctrico ni las cañerías de agua y cloacas, ni mucho menos el gas natural o la telefonía. El Estado asumió los costos de llevar casi todos esos servicios públicos, atravesando extensiones de tierra que por estas obras se potenciaron en su valor, lo que habría beneficiado a sus propietarios, que luego lotearon y vendieron mejor sus bienes inmobiliarios.
No tenemos cómo comprobar cuánto hay de cierto en estas versiones, pero la realidad es que lo mejor que puede suceder es que las ciudades tengan una planificación y crezcan de acuerdo con previsiones. En este marco, es bienvenido el anuncio del secretario de la Vivienda, Octavio Gutiérrez, sobre la creación de un Banco de Tierras.