La comisaría séptima, de un tiempo a esta parte, se ha convertido en el centro de las mayores polémicas por el trato que sus efectivos brindan a quienes tienen la desgracia de quedar detenidos en sus dependencias. Alguna vez salió en libertad alguien que acusó haber sido golpeado y, a los días, falleció, lo que originó trifulcas en las que se puso en juego la vida de los mismos policías, de los vándalos que fueron contratados para armar el escándalo y de personas comunes o simples vecinos. Tan grande fue la rebelión que resultaron destrozadas instalaciones públicas y vehículos de la Policía.

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No pasó mucho tiempo y surgieron nuevas denuncias sobre supuestos apremios hasta que, dos meses atrás, se produjeron incidentes que deberían llamar la atención de las autoridades. Al parecer, a uno de los integrantes de la 7ma. le robaron una moto, situación que ellos mismos investigaron hasta dar con el ladronzuelo, el que naturalmente terminó en un calabozo “norteño”. Pero como había que darle un escarmiento, previa desconexión de las cámaras de seguridad, lo apalearon de manera casi brutal y recién le dejaron libre. Por cierto que, a la hora de investigar la denuncia que hizo la víctima, no había imágenes de nada.

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Sabemos que la jurisdicción de esta comisaría no es un lecho de rosas. Está registrada como una de las de mayor consumo de sustancias alucinógenas, hay deserción escolar y los chicos, en la edad de 12 a 13 años, se han iniciado en la delincuencia. Con solo decir que por zona existen clubes como Defensores del Norte, Juventud Unida, Salta Central o Los Amigos, cuyas instalaciones han sido objeto de robo por decenas de veces, damos una idea de lo que se trata. Sin embargo, aun considerando la conducta extraviada de los jóvenes, nada justifica que se los muela a piñas y patadas cuando son detenidos. La autoridad debe apelar a recursos humanos preparados especialmente para enfrentar situaciones extremas, las que se estarían dando en la comisaría.