Apuntes del secretario

martes, 21 de mayo de 2013 00:00
martes, 21 de mayo de 2013 00:00

La venida del senador Ernesto Sanz a Catamarca generó opiniones varias, pero los objetivos del anfitrión -la UCR local- digamos que no se cumplieron. Si se pensó en movilizar el partido, las fotos que publicaron los diarios El Esquiú.com, El Ancasti y La Unión son prueba fehaciente de que el natural de Mendoza no atrajo prácticamente a nadie. Las imágenes televisivas, por otro lado, reafirman la aridez de un acto político que, en el balance final, arroja resultados negativos. Solamente estuvieron Castillo y Brizuela del Moral, los mandamases de la oposición catamarqueña, la senadora Blanca Monllau (colega de Sanz en el Congreso), el intendente de Fray Mamerto Humberto Valdez y las caritas repetidas del entorno. Los afiliados, los simpatizantes, es decir, la gente, brilló por su ausencia. Desde la oposición interna fueron durísimos. “Ya no convocan a nadie” se escuchó decir, con un agregado poco edificante para el ilustre visitante: “Encima volvieron a traer a la mufa”. La referencia estuvo destinada a recordar que Sanz fue el primero de los dirigentes radicales nacionales que llegó a Catamarca en la tarde del 13 de marzo de 2011. Venía a festejar el triunfo de Brizuela del Moral, o la primera derrota kirchnerista de aquel año, y se llevó un chasco mayúsculo. De todas maneras, de la anécdota a considerarlo yeta hay distancia. Por lo pronto dijo “es seguro que el Frente Cívico gana las elecciones de octubre”. El pronóstico está.
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Los que también perdieron fueron Brizuela del Moral y Castillo. Además de declaraciones extravagantes, los jefes del radicalismo se mantienen en su postura de no revisar el pasado y considerar que sus gestiones fueron brillantes, o poco menos. No han esbozado ninguna autocrítica y no se hacen cargo de la derrota de 2011 que les costó -a ellos y consecuentemente al conjunto del radicalismo- la pérdida del poder provincial. Brizuela nunca se refiere al capricho de haber querido ser gobernador por un tercer período consecutivo, en lugar de dejarle la posta a Guzmán que medía muy bien en Capital (el distrito que dio vuelta la elección y en el que el radicalismo era poco menos que imbatible), y Castillo jamás habla de la “necesidad de cambio” que expresó públicamente a días del acto electoral. En lugar de eso, se diluyen en ataques que ya no prenden en la gente o consideraciones, cuando menos, desafortunadas.
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Por ejemplo, el último mandatario señaló que, a través de la delegación de Gendarmería, se controlan todos sus movimientos. Esta especie de complejo de persecución que sufre Brizuela ya tiene antecedentes: en 2009, en los días previos a las elecciones del 8 de marzo, denunció que cerca de su domicilio de avenida Illia había observado movimientos sospechosos de personajes supuestamente foráneos. Realizó estruendosas denuncias que se publicaron con letras de molde en El Ancasti y La Unión y, después, no pasó nada. Dos “perejiles” que habían sido detenidos por el hecho, fueron puestos en libertad a las pocas horas. La jugada política, con éxito, ya se había llevado a cabo. Ahora teme por un supuesto control desde el Estado a sus actividades. Honestamente no creemos que haya tal cosa. La actividad del exgobernador es prácticamente nula (pasa casi todo el tiempo en su casa) y un seguimiento a su persona se torna ridículo. Pero como la martirización y victimización funcionan en la política, quizá alguien le recomendó reflotar la receta que alguna vez le dio un triunfo (2009), pero después fue su propia sepultura (2011).
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La expresión escasamente afortunada corrió por cuenta de Oscar Castillo. Ponderó el gobierno de Julio Argentino Roca, el dos veces presidente de la Nación en el siglo XIX que, es cierto, llevó adelante transformaciones de avanzada, aunque la historia lo tiene como un genocida de miles y miles de indios que habitaban la Patagonia. En términos profundamente políticos, habría que recordarle al actual senador que Roca fue acérrimo enemigo de Alem e Yrigoyen (o ellos de Roca), los padres fundadores del partido que le toca conducir en Catamarca. Igualmente poco novedosa la salida de quien, hace tres años, se animó a destacar el manejo administrativo del gobierno de la dictadura que, en la provincia, ejercía su propio padre. En una nota dada al Canal 5 de Airevisión de nuestra ciudad, el senador señaló que la democracia desmadró el orden que existía en la provincia y que fue el gobernador Ramón Saadi (reemplazó a Arnoldo Castillo el 10 de diciembre de 1983) quien impuso políticas populistas que llevaron a poblar las dependencias administrativas sin un sentido de orden y respeto. ¿Qué podrá decir Castillo de su socio de la coyuntura, Brizuela del Moral que, en ocho años, firmó cerca de 22.000 nombramientos?
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Ayer, dentro de la causa denominada “Masacre de Capilla del Rosario”, se reanudó el juicio por la muerte de catorce militantes del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP). Como se recordará, en la apertura -el 6 de mayo- se produjo una situación que permitió que nadie hablara de los hechos que se juzgan y la atención se centrara en una cuestión formal. El defensor de los militares acusados, Lucio Montero, apenas iniciado el juicio puso en duda el título de abogado del fiscal federal, Santos Reynoso, quien tuvo a su cargo la investigación de la supuesta masacre ocurrida 39 años atrás en territorio piedrablanqueño. Chicana o no, esta circunstancia determinó que se analizara únicamente la impugnación y no se hablara del juicio. En los días subsiguientes, no conforme con los papeles presentados y las explicaciones dadas por Reynoso, Montero reiteró que “si no le demuestra lo contrario, el no lo considera abogado”. Quiere ver el título y lo desafió públicamente a que lo muestre, además de que se periten las firmas de quienes pudieron expedirlo. Reynoso, hay que decirlo, exhibió ese mismo día ante la prensa su título original y el certificado analítico.
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Las leyes y controles sobre el trabajo esclavo están repercutiendo negativamente en la producción olivícola. Desde Andalgalá, por ejemplo, dan cuenta que una de las empresas del rubro requiere 50 operarios para levantar, entre las variedades “arauco” y “aceitera”, una cosecha cercana a los 400 mil kilos. Uno de los gerentes indicó que la gente no quiere trabajar por no resignar algún “plan social” que pueda tener, acotando que la pérdida económica alcanzaría, solo en su caso, los $200.000. Sin duda que se trata de un tema de difícil resolución que, lógicamente, debería ser preocupación del gobierno provincial. De lo que descreemos es que los potenciales cosechadores desprecien trabajar por recibir una ayuda paralela del Estado. Son, algunos claro está, simplemente vagos y, con alguna razón, no quieren ir a la cosecha porque lo que ganan apenas les alcanza para los remedios. Es que trabajar levantando aceitunas, entre 10 y 12 horas por día, enferma a cualquiera. La solución podría ser que los empresarios paguen más y contraten el doble de personal para que el trabajador recoja la aceituna unas 5 horas. Más de eso es inhumano. Y ni hablar si se trata de una persona mayor de 50 años
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RECUERDOS HACIA EL PRESENTE. Finalizamos los “Apuntes del Secretario” del día de la fecha con el repaso de hecho políticos del pasado. El 21 de mayo de 1988, Pedro Guillermo Villarroel era diputado provincial y principal vocero del bloque radical. Se refirió en aquella oportunidad a un homenaje que se preparaba al senador Ramón Eduardo Saadi por haber sido designado vicepresidente primero de la Cámara de Senadores de la Nación. Como lo apuntamos en ediciones pasadas, se convocaba al pueblo de Catamarca a recibirlo en el aeropuerto “Felipe Varela” y acompañarlo en caravana -la que fue un éxito- hasta la Casa de Gobierno. En realidad lo que hizo Villarroel aquel día fue sentar la posición que había tenido la UCR en el recinto. Dijo lo siguiente: “el bloque de diputados al que pertenezco no adhirió a tal homenaje y decidió que cada diputado adoptase la actitud que estimara del caso”. Agregó “no asistí ni adherí a dicho homenaje pues lo estimé contrario a los principios republicanos, infundado y contradictorio con la crítica que mi partido sostiene sobre los males del nepotismo y de la promoción del caudillismo”. También señaló “estoy dispuesto a rendir homenaje a gestiones parlamentarias destacadas, cualquier sea el partido al que pertenezca el legislador del caso”. Esta durísima posición de Villarroel hacia Saadi siguió con el paso de los años. Siendo senador nacional, durante cuatro años, a quien Saadi apodó “Mulato acaballerado”, impidió que el exgobernador jurara nuevamente como senador -en reemplazo del extinto Julio Amoedo, que había completado su mandato en 1992- a pesar de haber sido elegido por los votos de la minoría en la Legislatura provincial. En aquel tiempo, cabe destacarlo, no se elegían los senadores por el voto directo de los ciudadanos.

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