Fair play

viernes, 31 de mayo de 2013 00:00
viernes, 31 de mayo de 2013 00:00

Formulemos la “ley del ligustro”. El que saca la cabeza, pierde. La poda exige que todas las ramas estén al mismo nivel, salvo que el diseño de la forma que se le quiera dar, tenga vértice superior.
Podemos formular también las leyes de la competencia. Aquí hay distintas hipótesis según el objetivo con la que se la emprenda. Se puede competir para ganar, para aprender o para divertirse. En el deporte las posibilidades suelen ser ganar, perder o empatar. En los ambientes de capacitación, entrenar mentes, cuerpos y espíritus para un aprendizaje o una superación. En las empresas, un reposicionamiento permanente en el ranking del mercado.
A la ley del ligustro la padecen quienes gustan de superarse a sí mismos y no se conforman con un tope establecido arbitrariamente, sea en el rubro que fuera: político, intelectual, deportivo, etc.
En cuanto a las leyes de la competencia, exigen que los participantes pongan lo mejor de sí para obtener el resultado esperado: ganar, aprender y/o divertirse. El problema surge cuando se plantea lo que se llama competencia desleal. Hasta hace algún tiempo era inimaginable que una marca publicite su producto o servicio comparándolo con los de la marca rival, cosa que ahora sí se hace y que hasta ha sido convalidado por la justicia. En estos casos, se arguye que no hay competencia desleal porque sólo se ofrece una comparación para que los potenciales clientes puedan comprobar cuál es el mejor.
El problema aparece cuando un participante no compite para ganar sino para que otro pierda, sea porque no se tiene fe o porque quiere asegurarse el triunfo a como dé lugar. Un ejemplo sería la ocupación de las tierras del sur de la ciudad supuestamente alentada por punteros políticos (para dañar a los adversarios) o la exigencia de algunos hinchas de Racing para que su equipo pierda y así perjudicar a su eterno rival, Independiente.
El fair play, ausente sin aviso.

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