Hablemos de lealtad
“No existe ninguno de los dirigentes políticos o funcionarios del actual gobierno que no haya sido un apóstol tuyo y tomado gracia de vos, Ramoncito. Ahora te ningunean...” escribió un lector en nuestra web, identificándose como ‘julio f’, al pie de la nota titulada “Ramon Saadi se presentará en las nacionales y provinciales”. La nota tiene varios comentarios, además del transcripto, la mayoría con opiniones en contra del exgobernador. Lo escrito por ‘julio f’ motiva una reflexión acerca de lealtades y deslealtades en política.
En sentido estricto, tendríamos que hablar de que se debe lealtad a las ideas más que a las personas. Aunque no sucede así en la realidad, ya que la historia nos dice que hay líderes a los que se los sigue “pese a todo” y otros que pierden el poder y las adhesiones sin haber renunciado a sus ideales.
Lo que sí podemos afirmar es que un dirigente llega al poder sostenido por una estructura –de personas y de recursos materiales que muchos aportan- y se sostiene en el ejercicio del poder por esa estructura que puede ir cambiando por diferentes circunstancias. De modo que la estructura se debe al gobernante y el gobernante a la estructura.
Ramón Saadi llegó al cargo de gobernador por el trabajo de muchos dirigentes que lo acompañaron -con mayor o menor adhesión- durante su gestión. Él los sostuvo y los hizo crecer con cargos y funciones, pero también fue sostenido y creció con la colaboración de todos ellos.
O sea que la lealtad, para ser tal, exige reciprocidad. Si Saadi no supo o no pudo mantener intacto el vínculo que logró hace casi tres décadas, mal podría hablarse de deslealtad de los que hoy eligen no seguirlo. Y más, si su actuación política actual puede perjudicar al partido (estructura) que lo llevó al poder en aquella oportunidad, porque beneficia a los adversarios.