La muy triste noticia de la muerte de Francisca Chumbita cuando las temperaturas bajo cero se hacían sentir fuertemente -lo que podría haber incidido en las causas de su fallecimiento- exige pensar en las condiciones que viven tantas familias de Catamarca y si esta realidad conmueve o no a quienes viven en mejores condiciones.
El hecho llamaría la atención aún si la persona hubiese sido una anciana, pero impresiona más porque se trata de una chica de 20 años. A ese caso se sumó otro en la mañana de ayer en el barrio Altos de Choya, cuando Víctor Hugo Caballero, de 51 años, falleció por hipotermia e infarto del miocardio porque su cuerpo no soportó el frío. Si bien ambos trances estremecieron a gran cantidad de personas, sabemos que hay muchos que ni siquiera se inmutaron.
En estas situaciones queda en evidencia que nuestra solidaridad es vacilante y sólo se mueve cuando es activada por campañas intensas desplegadas particularmente por canales de televisión de Buenos Aires. Así, puede movilizarnos una inundación u otro hecho doloroso que se esté padeciendo en algún lugar del país o del mundo, poniéndonos a trabajar para reunir bienes de subsistencia para enviarles a los damnificados, organizando festivales u otras actividades solidarias y aportando de nuestro patrimonio a esas causas. Pero diariamente pasamos de largo ante necesidades primarias de tantos hermanos que viven a pocas cuadras de nuestros domicilios.
Sabemos que el Estado es el primer ordenador y responsable de la calidad de vida de la población. Con leyes, programas y políticas activas tiene la obligación de promover la creación de fuentes de empleo genuinas, garantizar el acceso a la salud y la educación favoreciendo la igualdad de oportunidades. Pero esto no exime a los integrantes de una misma comunidad de participar de acciones solidarias permanentes.
Mientras seamos indiferentes al dolor ajeno, más improbable será que conformemos una sociedad que goce de un bienestar general.