El 17 de octubre de 1945 se produjo un hecho que cambió para siempre la historia argentina. Ese día, la movilización masiva de trabajadores que exigían la liberación de Juan Perón, obligó a redefinir la cartografía política nacional, con el nacimiento del Movimiento Nacional Justicialista.
Con más 70 años de historia, el peronismo ganó y perdió elecciones, tuvo líderes brillantes de conducta irreprochable, y también dirigentes oscuros y cuestionados. Bajo la bandera justicialista se cobijaron políticas liberales y hasta de izquierda, en un abanico tan amplio que impide señalar un itinerario coherente.
Pero lo que jamás perdió el peronismo, es el protagonismo en la vida política e institucional del país. Ni siquiera proscripto dejó de ejercer un rol medular en el acontecer nacional.
Las banderas justicialistas de soberanía política, independencia económica y justicia social, como declaración de principios, siguen vigentes para millones de argentinos.
El sentimiento profundo que generaron figuras como Perón, y esencialmente Evita, han perdurado por generaciones, con tal fuerza que todavía son capaces de despertar amores y odios tan viscerales como hace 70 años.
El peronismo fue señalado como el único partido capaz de abrazar la causa de los más desposeídos, y también como la causa de todos los males actuales. Así, sin términos medios, tal como lo manda -tristemente- la idiosincrasia de un pueblo que se inclina antes por el fanatismo que por el análisis.
Quizás la verdad aparezca por un rumbo distinto, por la avenida del medio, como se dice ahora.
Con errores y aciertos, aquel 17 de octubre, se permitió tener voz y voto a millones que no lo tenían. El peronismo asumió su representación, y nadie logró arrebatársela hasta nuestros días.