Editorial
Chaku
Culminó esta semana en Belén la ceremonia de esquila de vicuñas, quizás uno de los mejores ejemplos de cómo pueden aprovecharse los recursos naturales cuidando al mismo tiempo la naturaleza y el medio ambiente.
Los animales son encerrados mediante una técnica de la que participa todo el pueblo, para luego esquilarlos y liberarlos sin provocarles daño alguno.
Es una maravillosa práctica que, si bien integra un proceso productivo, es a la vez un emblema cultural e histórico de la región, conocido como “chaku”, que se fue perfeccionando y hoy se concreta bajo la atenta mirada de especialistas de la Secretaría de Ambiente.
La vicuña es reconocida hoy como uno de los más bellos ejemplares de nuestra biodiversidad, y es muy positivo que cada vez se la proteja más, pero su esquila se remonta a varios siglos atrás.
Durante el Imperio Inca se calcula que existían cerca de dos millones de cabezas en los Andes peruanos. Los Incas hacían cada tres años el chaku o rodeo para capturarla, esquilarla y hacer una quita controlada: la fibra se destinaba al Inca y la carne a las comunidades.
El chaku original consistía en rodear amplias zonas con miles de personas y arrear las vicuñas hacia corrales de piedra para poder capturarlas. La práctica era más violenta que hoy, ya que el animal a veces servía de alimento. Y de aquellos millones de ejemplares, en 1964 quedaban apenas 5.000 cabezas en el Perú. Aunque hoy resulte increíble, se mataba a las vicuñas para obtener su fibra.
En distintos países se expandieron luego las medidas de protección y conservación, que hoy permiten aprovechar los recursos y valorar la especie.
En 1969 se firmó el Convenio para la Protección de la Vicuña entre Perú, Bolivia, Chile y Argentina.
Es en definitiva una labor en la que se avanzó y progresó en el más amplio sentido de esos términos, y no puede menos que alegrarnos que esta costumbre ancestral muestre tan rica vigencia.