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miércoles, 14 de marzo de 2018 00:00
miércoles, 14 de marzo de 2018 00:00

Hace unos cuantos años se lanzó una campaña publicitaria en España, teóricamente dirigida a las personas que tenían problemas de adicción a las drogas, con un enfoque muy particular.

En un spot muy breve, aparecía el dibujo de una gran nariz y se mostraba todo aquello que un cocainómano podía comprar con el dinero que gastaba en drogas.

De ese modo, sumando y comparando precios, se veía a la nariz aspirar electrodomésticos, automóviles y viajes en crucero, con la pretensión de mostrarle a quien tenía ese problema todo aquello en lo que podía dedicar su dinero en lugar de desperdiciarlo en algo tan nocivo para su salud.

La campaña tuvo un impacto relativo y se retiró unos meses después, sin alcanzar mayores efectos: no se sabe de nadie que haya dejado de drogarse por observar que podía comprarse otras cosas en lugar de drogas.

Lo cierto es que esa pieza publicitaria se convirtió más tarde en objeto de estudios, porque su mensaje no era precisamente el que sugería. A saber: no apuntaba a revertir una conducta, sino a reforzarla.

Lo que se decía a la persona con problemas de adicción era sencillamente que siguiera consumiendo, pero que modificara el objeto de su consumo.

Siempre la persona era vista de la misma manera, como un sujeto con la posibilidad de consumir y nada más.

Quizás sea un ejemplo extremo, pero ocurre diariamente.

Muchas campañas y mensajes “fracasan” porque no apuntan a la esencia del problema o quizás porque no quieren hacerlo, ya que es más útil a determinados fines que las personas conserven sus problemas y ver cómo se les puede sacar provecho.

Tanto en terrenos comerciales, sociales y políticos es recurrente que se postulen determinados cambios que en realidad no hacen más que acentuar o sostener aquello que se señala como indeseable.

Detectar esta clase de manipulaciones exige mucha atención y también una base de educación. Sin ese conocimiento previo, es probable que muchas veces nos cueste darnos cuenta cuando nos dibujan laberintos de supuestos cambios sólo para dejarnos en el mismo lugar donde nos encontrábamos.
 

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