Desde la bancada periodística

Empresarios, en el barro de la corrupción

sábado, 18 de agosto de 2018 00:00
sábado, 18 de agosto de 2018 00:00

Del llamado “Escándalo de los Cuadernos”, al que muchos toman para chacotear, podrían surgir cosas importantes para la Argentina, nuestro querido país que amenaza con subirse al podio como el más corrupto del mundo.

Si ese es el destino final del escándalo que motorizan funcionarios judiciales igualmente comprometidos con la corrupción o medios de comunicación que lo acicatean, bienvenido sea.

Si se trata de una maniobra para tapar el presente o es la continuidad de una persecución contra una sola persona, (el escándalo) no servirá para cambiar el rumbo y, desde la decencia, reconstruir el país.

Es la gran apuesta. Veremos cómo termina y, con sigilo, seamos optimistas. Lo hagamos por las instituciones de la democracia.

 

La política… y los empresarios

Hasta ahora, el descrédito –bien grande- que marcan las encuestas tiene como blanco preferido a los políticos. La condición de tal los asocia a la corrupción. No se salvan ni los honestos que, como en toda profesión, los hay.

Hablar de choreos, robos, privilegios, acomodos, ventajas, picardía criolla, impunidad y cuanta calamidad republicana se nos venga a la cabeza, es referencia obligada para los políticos, sean del partido que sean. En 2001, el pueblo pidió “que se vayan todos” y hoy no andamos lejos de aquel escenario putrefacto.

Cuando aparecieron “los cuadernos”, más de uno pudo pensar que se trataba de una fábula armada a partir de hechos que se saben o sospechan, como por ejemplo la financiación de la política. Es que los dirigentes o  los punteros –especialmente en épocas electorales- mueven fortunas sin meter jamás la mano en su bolsillo. 

Entonces, es lógico preguntar ¿de dónde sale la plata? Si el lector está pensando que del Estado o de las empresas proveedoras de servicios de ese mismo Estado, acertó.

Con la aparición de estos cuadernos, que cobran fama minuto a minuto, de alguna forma, paradójicamente los políticos pueden sentir un alivio, toda vez que en el carrusel de la corrupción han aparecido empresarios, responsables excluyentes de las mayores desgracias nacionales y dueños de las grandes fortunas, todas hechas a costa del Estado.

 

Recorriendo tribunales

El show mediático que se montó a partir de la aparición de los cuadernos o sus fotocopias –ya poco importa la distinción- alumbró lo que parecía imposible. Que los empresarios que pagaron coimas a los funcionarios kirchneristas –digamos Baratta, De Vido, José López y algunos más- fueran detenidos y tuvieran que declarar ante la Justicia.

Frente a ella, se ofrecieron como arrepentidos, una figura jurídica cuya extensión parece no tener límites. Dijeron que los pagos no fueron coimas, sino aportes de campaña para el Frente para la Victoria. Algunos, es cierto, terminaron aceptando que fueron más que “aportes solidarios”.

En cualquiera de las variantes cometieron delito. Si coimearon, como los coimeados, tienen que ser condenados y pagar con prisión. Y si lo hicieron para campañas políticas quedan incursos en evasión o lavado de dinero, lo que ya debería haber movilizado a la AFIP a hacer las presentaciones que correspondan, como lo hace con los empresarios honestos, a los que abruma con exigencias y presión impositiva.

Varias veces, mucho antes de los cuadernillos tan prolijamente ordenados por un chofer, en esta misma columna de opinión semanal –y otras de diario El Esquiú- afirmamos que la corrupción existía, que la financiación espuria de la política existía y que se trataba de un flagelo llamado “patria contratista” que se inauguró en la dictadura de Videla y atravesó a todos los gobiernos democráticos, desde 1983 a la fecha.

Lo repetimos. No lo insinuamos. Tampoco escribimos en tiempo potencial. Lo afirmamos. Y hasta imaginamos porcentajes. Dijimos que los políticos del choreo, por cada operación delictiva como coimas, se llevaban el 10%. Por lo que sabemos ahora, en los últimos años, ese porcentaje mal habido se habría elevado al 15 o 20%. En cualquier dimensión, era mucha plata.

Pero, siempre, menos que los empresarios de trajes impecables que se apoderaban del 90% de la ganancia neta, sea por la captura de una canonjía, por el sobreprecio o infaltables actualizaciones  y redeterminaciones que rodean a cualquiera obra que para un cristiano cualquiera tiene un precio y para el Estado vale 50 veces más.

Algunas de estas sanguijuelas del pueblo, como es público, estuvieron presos por horas o días. A cambio de delatar a los golosos kirchneristas quedaron libres, pero no podrán zafar de las responsabilidades penales.

En esa dirección, el senador Pino Solanas, esta misma semana, los ha denunciado. Todos los que se autoincriminaron como Carlos Wagner (expresidente de la Cámara de la Construcción), Héctor Zavaleta (Techint), Javier Sánchez Caballero (IECSA), de Goycoechea o Aldo Roggio, tarde o temprano, tendrán que responder por sus delitos. 

También la presentación de Solanas incluye a un tal Álvaro Calcaterra, que del anonimato, en poco tiempo más, saltará a la fama. Se trata del primo hermano del presidente Macri y anterior dueño de la empresa IECSA, con la que la familia presidencial apiló fortunas.

Todos ellos, para el viejo senador, no son arrepentidos. Son auténticos delincuentes. O, cuanto menos, han quedado marcados como tales para el resto de sus días.

 

Paisaje de Catamarca

La obra pública, base de sustentación de la corrupción, también registra antecedentes nefastos en Catamarca. Aparte de la enfermiza relación de políticos y empresarios para estafar.

Salvo contadas excepciones, proveedores del Estado de toda laya se enriquecieron en pocos años. Los constructores hicieron punta en logros recaudatorios, dejando a sus espaldas casas que se hundían, rutas mal trazadas, puentes mal colocados, cloacas malogradas y hasta un caprichoso estadio deportivo con fallas estructurales.

También se efectuaron adjudicaciones directas arregladas por el poder y hasta se habilitó una cartelización aceptada por los socios del “club hagamos de cuenta que todo está bien”. Quedaron en el camino solo algunos “rebeldes sin causa” que, esperaron años en silencio absoluto y recién se hicieron los guapos cuando se destaparon las ollas malolientes en otras latitudes.

Ni hablar de los gastos de la política. Por los 20 años del Frente Cívico, la perinola gubernamental caía de un solo lado: “todos ponen”. La plata servía para alimentar punteros, comprar votos y ablandar adversarios. Los negocios del hambre funcionaron a pleno.

Cambiaron los gobiernos, pero algunas prácticas se mantuvieron inalterables. Ahora mismo, gracias a los cuadernos, nos venimos a enterar lo que se sabía, pero no se podía probar. Que el dinero para los políticos catamarqueños, en valijas o bolsos, lo distribuía un asesor presidencial de apellido Maizzón que, periódicamente, venía a Catamarca y se alojaba en un hotel del microcentro.

No vamos a hacer nombres, por ahora, pero prominentes dirigentes o medios de comunicación conocen muy bien a este mendocino que se fue de este mundo dejando a sus espaldas una de las formas clásicas del financiamiento de la política. Sí. La que se hace con los empresarios, impolutos hasta hace pocos días. Ya no lo son…ni lo serán. Chapotean “en el mismo lodo”, como dice “Cambalache”, nuestro himno nacional. 

 

El Esquiú 
 

71%
Satisfacción
14%
Esperanza
14%
Bronca
0%
Tristeza
0%
Incertidumbre
0%
Indiferencia

Comentarios

Otras Noticias