Editorial

Organizarse

lunes, 21 de octubre de 2019 00:49
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El domingo anterior, El Esquiú.com publicó un informe sobre los “comedores emergentes”, un sistema de refuerzo alimentario que, por la compleja coyuntura social y la pérdida de trabajo de muchísimas familias, fue necesario implementar a mediados del año pasado, cuando la crisis empezaba a mostrar su lado más dramático: el hambre de vastas porciones de la población.
Entre muchos datos sobre el funcionamiento de estos espacios, de los cuales se cuentan diecisiete en Capital y Valle Viejo, surgió uno que revela la impronta que se les pretendió dar desde el vamos: el involucramiento de los beneficiarios en todas las tareas de administración, preparado y distribución de la comida.


Es decir que, a diferencia de lo que sucedía en otras épocas, ahora se busca la participación de la población destinataria en la gestión.


De esta manera, cada jornada, en cada uno de los comedores se sigue el mismo protocolo de trabajo. Los vecinos, hombres y mujeres que se dividen por turnos, cocinan, luego limpian y se llevan los alimentos a su casa, para comer en familia. Previamente, tomaron cursos sobre seguridad e higiene. En resumen: no sólo se “recibe” el apoyo alimentario sino que hay que trabajar activamente y en red como parte de una contraprestación.


Esta modalidad, que está teniendo excelentes resultados, puede replicarse perfectamente en otras problemáticas de raíz comunitaria. Un ejemplo es el combate al consumo problemático de sustancias. Casi siempre, los dispositivos estatales oscilan entre el punitivismo o el mero asistencialismo, más allá de las voluntades de las autoridades de turno. Si es que se pretende atacar más eficazmante, en territorio, este verdadero drama social, la comunidad local (familia, vecinos, instituciones barriales) tiene que tener participación directa en cualquier estrategia de contención. De lo contrario, los programas, por más innovadores que sean, seguirán encontrando muchos obstáculos en su implementación.


Uno de los imperativos de la tarea de reconstrucción del tejido social debe ser, entonces, la organización de todos los actores comunitarios, recreando vínculos de solidaridad imprescindibles para la contención de quienes están excluidos.

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