Editorial

Batalla cultural

lunes, 4 de noviembre de 2019 00:36
lunes, 4 de noviembre de 2019 00:36

Caso 1: Empleado raso de la distribuidora local de una multinacional argentina (sí, argentina). Entró a trabajar gracias a un programa laboral que benefició a sus patrones. Está enojadísimo por la victoria peronista en las elecciones del 27 de octubre. “Vuelven la delincuencia, la droga y los negros subsidiados”, escribe, sin pensarlo demasiado, en sus redes sociales. Un conocido le recuerda que está trabajando gracias, precisamente, a un subsidio que data del anterior gobierno. Y que su hermana, madre del sobrino que tanto adora, recibe la AUH. No tarda en bloquearlo.


Caso 2: Empleado de la filial argentina de una multinacional inglesa, en una provincia vecina. Vivió algunos años en Catamarca. Más moderado que el anterior y también molesto por el resultado de las generales, postea: “No puede ser que los problemas actuales nos hagan olvidar cómo era la cosa antes.  No hay memoria. Estoy indignado”. Al día siguiente, lunes 28, va -como todos los días- a su trabajo. Le comunican que, por la caída de ventas y los altos costos de logística, directamente cierran la planta industrial en la que se desempeña. Él y más de cien compañeros quedan en la calle.


Caso 3: Pequeño carnicero barrial. Le gusta hablar de política y le daba la razón a su clientela que fustigaba contra “la corrupción y el choreo”. Sin mayores argumentos, alcanzaba con el odio como prueba de culpabilidad: “Se robaron todo”. Abrió su local en 2014 y vendía tres medias reses por semana. Al cabo de dos años, bajó a dos y luego a una. Este año, decidió bajar la persiana porque, al parecer, la gente dejó de consumir carne.


A la hora de tratar de mensurar los daños que el neoliberalismo produjo en las mayorías populares, debe incluirse el efecto en las subjetividades. Algún intelectual dijo que había que estudiar por qué vastos sectores sociales subalternos votaron, en algún momento, en contra de sus intereses. Seguramente una clave explicativa puede encontrarse en la prédica que las corporaciones mediáticas hicieron en forma permanente. Pero también en un sentido común construido sin la mínima conciencia de clase, como sí la tienen las oligarquías.


Cualquier plan de regenerar lazos comunitarios deberá incluir un programa que, desde lo pedagógico macro, ayude a dar la batalla cultural que se precisa para que pueda ser realidad la frase “nunca más el neoliberalismo”.

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