El Secretario

lunes, 23 de diciembre de 2019 00:21
lunes, 23 de diciembre de 2019 00:21

Ninguna sorpresa. La UCR programó una sesión de su convención provincial con el solo objetivo de cumplir con un trámite legal e, inmediatamente, proceder a suspenderla. Se trata de un ritual que, sin variantes, se cumple todos los años y que, al parecer, ya se acepta mansamente como metodología de un partido que, a la vuelta del año, tiene las puertas cerradas. El acto que sigue será programar otra convención para marzo o abril a los efectos de suspenderla nuevamente y esperar que los tiempos para convocar a la interna de autoridades se estrechen de tal forma que la dispersa oposición al castillismo no pueda hacer lista. Entonces, en otro clisé del radicalismo, se hablará de una lista de unidad para ejecutar la última parte del plan, esto es, presentar una propuesta totalmente oficialista y ofrecerles a los díscolos un par de cargos de incidencia menor.


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No escuchamos a nadie, con la excepción hecha del presidente de la Corriente Progresista Radical, Hugo de la Quintana, expresar su malestar o denunciar una maniobra que, de tanto practicarse, tiende a naturalizarse. El diputado nacional Brizuela del Moral, que para despedir 2019 había hecho una reunión política de su Movimiento Renovador, nada dijo de esta parodia. Por lo tanto, cuando se precipiten los acontecimientos y el castillismo vuelva a quedarse con el sello, ya será tarde para los lamentos. Los afiliados, en general, están notificados de la estrategia, la misma que se aplicó en 2018 para consagrar presidente del comité provincial al diputado Alejandro Páez, alguien sin legitimidad de origen para ejercer la conducción.


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Más allá de las trampas y las triquiñuelas, una sesión de autocrítica después de las elecciones provinciales de octubre le hubieran servido a la UCR para retomar el camino y la mística que se perdieron. Recordemos que las cifras fueron de catástrofe. No sólo por las diferencias abismales, sino porque se perdieron  intendencias claves como Valle Viejo, Paclín y Recreo. Esto sin contar la peor caída en su gran bastión electoral: la Capital.


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