Alrededor de 80 tumbas de un cementerio judío de Quatzenheim, cerca de Estrasburgo, aparecieron profanadas ayer, en un contexto de aumento de actos antisemitas en Francia, lo que generó la condena generalizada de la clase política.

Se encontraron cruces gamadas pintadas en las tumbas de ese cementerio, que existe desde 1795, y el hecho -que no es aislado- precopa a las autoridades. Incluso el ministro del Interior, Christophe Castaner, consideró que “estos actos repugnantes son una injuria a la memoria de nuestro país”.

Lo cierto es que sólo en 2018 se registraron en Francia 541 actos antisemitas, casi el 80 por ciento más que el año anterior.

Es una realidad incomprensible, porque muchos de los activistas neonazis son jóvenes, y desde la clandestinidad intentan retomar banderas que toda persona con un mínimo de sensibilidad no puede más que reconocer con el horror.

¿Cómo es posible que expresiones de racismo extremo con  fundamentos nazis proliferen en Francia, un país que sufrió en carne propia las consecuencias de los delirios hitlerianos?

Es difícil responder a esa pregunta. 

Quizás se adoptan esas prácticas como expresiones de una rebeldía mal entendida, pero desde ya que el rumbo elegido es preocupante.

Se comprenden las desigualdades sociales, que impulsan grupos como los “indignados” o los “chalecos amarillos”, pero de allí a intentar revivir la ideología que alimentó el período más cruel de la historia, hay una distancia abismal.

Francia no es el único lugar donde eso ocurre: fenómenos similares se expanden en otras ciudades europeas. Hasta se arman grupos dedicados exclusivamente a hostigar y atacar a extranjeros.

Los neonazis existen desde que terminó la Segunda Guerra Mundial. La idea original era resguardar bienes económicos para que los jerarcas del movimiento pudieran reorganizarse una vez que se aplacara la euforia por la liberación europea.

Pero que 70 años después haya células todavía vivas con  los postulados irracionales que tanto dolor causaron, no deja de causar estupor.

La única opción que queda es pensar que, realmente, no saben lo que hacen.