El Secretario

viernes, 22 de marzo de 2019 03:01
viernes, 22 de marzo de 2019 03:01

Seguramente son muchos los profesionales y voluntarios que estudian, investigan y trabajan para controlar el impacto de las adicciones en los adolescentes, pero hay una realidad concreta y es que estamos perdiendo la batalla. No siempre los grandes esfuerzos conducen a buenos resultados, y actualmente las políticas que se implementan no están funcionando como deberían. La expansión del consumo es una realidad, que obliga a apurar un replanteo y buscar alternativas para detener un flagelo que está avanzando tan silenciosa como implacablemente entre nuestros niños y jóvenes.

El Esquiú.com ha publicado recientes informes sobre la naturalización del consumo excesivo de alcohol y la circulación de sustancias entre menores, en los sectores económicamente más vulnerables de la Capital. Es un drama social tangible, y ocurre a escasas cuadras del microcentro. Pero no hace falta acercarse allí: lo mismo pasa en pleno corazón de la ciudad, en escuelas públicas y privadas, donde ciertas prácticas son cada vez más usuales. Hablamos concretamente de consumo de marihuana, en las inmediaciones y dentro de los mismos establecimientos, comercialización de estupefacientes y pastillas, que circulan entre los menores cotidianamente.

Por alguna razón, ellos no revelan ni a sus familiares directos cómo obtienen lo que consumen: fueron más efectivos los criminales en convencerlos de guardar silencio, que los padres en convencerlos de que se mantengan alejados de lo que les ofrecen. Ante este panorama, preocupante por donde se lo mire, se añade la actitud de los directivos de las escuelas de esconder el problema, de no hablar, de guardar bajo la alfombra lo que consideran un escándalo; en lugar de plantear abiertamente lo que ocurre y buscar una solución.

Este camino puede estar cargado de prudencia y buenas intenciones, pero no contribuye a resolver nada, y la situación está empeorando. La mecánica de minimizar repercusiones y apelar a la premisa de que “de eso no se habla” nos trajo donde estamos ahora. Es momento de hacer algo diferente, porque el daño que se está haciendo a nuestros adolescentes puede tener consecuencias completamente indeseables. Y ellos no saben a lo que se enfrentan.

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