Se celebra hoy el “Día Nacional de la Olivicultura”, una jornada oficial implementada en honor a todo lo relacionado con la oliva y el aceite. 

La elección de la fecha nace porque, según la leyenda, fue el 24 de mayo de 1591 cuando se formó el primer asentamiento español en Aimogasta, y en esos días se plantó un olivo, actualmente en pie y cuatricentenario, que es Monumento Histórico Nacional y llevó a declarar ese sitio riojano como “Capital Nacional del Olivo”.

Por cercanía y similitud geográfica, Catamarca tiene enormes condiciones para el desarrollo de la olivicultura, y es justo decir que mucho se trabajó para promover y alentar al sector; como también que nunca alcanzó la fuerza deseada.
La idea del “oro verde” se mantiene como anhelo, pero todavía seguimos a medio camino, en parte por las dificultades económicas que castigan a toda el área productiva nacional.

Eso no impide, sin embargo, reconocer a los olivícolas en su día, y en especial a los sacrificados cosecheros, recordando una vez más las propiedades y delicias de la aceituna y el aceite de oliva.

Los olivos crecían en forma boscosa en el Asia Menor y los asirios y babilonios fueron los primeros en disfrutar de sus frutos. A lo largo de los siglos se diseminaron por el Mediterráneo y el auge romano hizo que se expandiera con mayor fuerza a lo largo de los dominios del imperio.

El aceite de oliva argentino se destaca por sus favorables condiciones agroclimáticas, una producción contra estación respecto del Hemisferio Norte, como así también por haber sumado tecnologías de cultivo y de procesamiento que permitieron mejorar la calidad de acuerdo a las exigencias de la demanda mundial.

El año pasado se informó que Catamarca ocupa el primer lugar en términos de hectáreas implantadas con olivares en el país, realidad suficiente como para seguir luchando, sin renunciar a que ese rubro alcance su máximo potencial.