Editorial

Una flor en el barro

jueves, 9 de mayo de 2019 00:03
jueves, 9 de mayo de 2019 00:03

Esta semana se hizo pública una dolorosa información, referida a una niña de apenas 13 años, que se acercó sola a una comisaría para realizar una denuncia.


La menor expuso que había sufrido maltratos físicos por parte de su madre y abuso de índole sexual de parte de su padrastro, un enorme drama que lamentablemente no es un caso aislado, ya que cotidianamente se informa sobre casos de abusos y violencia intrafamiliar, con un gran número de víctimas anónimas, muchas de las cuales son menores.


Ante un cuadro tan serio y delicado, podría suponerse que nada positivo puede rescatarse de este último episodio. Pero sí hay un factor novedoso y alentador, que permite pensar en un paulatino cambio de la realidad.
Es una señal importantísima que esa niña se haya acercado a una dependencia policial.
Ese gesto significa que es conciente de que sufrió un atropello, que es conciente de su condición de víctima y que tiene derechos que fueron vulnerados. Sabe que nadie puede abusar de su cuerpo y que nadie puede maltratarla.


Pero al acercarse a una comisaría, demuestra que reconoce en la institución policial una autoridad y que confía en que va a ser resguardada y protegida.


Sin desconocer la gravedad del caso, todos estos aspectos son plenamente positivos.
De la misma manera, aunque se trate de lo normal, es para destacar la correcta actuación policial, porque es posible que años atrás no hubieran tomado en serio a una menor que llegaba sola.


Ahora la reciben, la escuchan, la contienen, llaman a expertos, investigan.
En el mundo que quisiéramos vivir, en la realidad que anhelamos, no existirían casos de menores abusadas o personas agredidas.


Pero existen. Y hacerles saber que no están solas es vital para sentir que al menos hay una semilla que alienta a trabajar y pensar por una sociedad mejor.
 

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