Editorial

Cal y arena

domingo, 16 de junio de 2019 00:31
domingo, 16 de junio de 2019 00:31

Fuerte impacto causó en la comunidad catamarqueña la detención de policías vinculados con el nefasto comercio de drogas, uno de los mayores flagelos de nuestro tiempo, que causa estragos en todos los estamentos sociales, y es germen de actos delictivos, violencia, desintegración de familias, problemas de salud, etc.


Que ciudadanos que asumieron el noble de deber de cuidar la seguridad y velar por el orden, participen directa o indirectamente en la comisión de tan graves delitos, causa desazón en una sociedad que necesita confiar en aquellos que tienen la misión de proteger a los demás.


Se trata de una situación grave, porque a los policías se encomienda, junto con su arma y uniforme, una tarea vital para la convivencia social.


Pero si estas noticias reflejan por lo apuntado un hecho negativo, muestran también un aspecto alentador, que permite mantener la fe.


La rápida acción del conjunto de la fuerza, el reconocimiento de lo ocurrido sin disfrazar la situación y la difusión de estos actos, son señales positivas.


Demuestran que la institución policial no está dispuesta a tolerar esa clase de inconductas.
Demuestra a la vez que no se encubrirá ni protegerá a los integrantes de la fuerza que no estén a la altura de la misión que se les encomendó.


Las instituciones están conformadas por personas y las personas son falibles: no existe la perfección en un grupo humano. En todos los ámbitos pueden hallarse signos de corrupción.


Lo importante es que la honestidad siga siendo la meta y que se priorice ese objetivo por encima de peligrosos gestos corporativistas de otras épocas.


Un policía que delinque es un problema. Pero si el mismo cuerpo policial lo rechaza y lo aparta, se puede mantener viva la esperanza.
 

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