Por primera vez en la historia el país entero quedó sin energía eléctrica, con los consecuentes problemas para ciudadanos, comerciantes, industriales, transporte, empresas, etc; y pérdidas incalculables en materia económica, por no enumerar los perjuicios más dramáticos de quienes arriesgaron su salud en las fatales horas del inédito apagón.

Pasaron ya un par de días desde el desastre, y no se conoce ninguna respuesta oficial satisfactoria, ninguna explicación técnica clara, ningún comunicado que revele la causa de un desperfecto de tamaña magnitud.

Las opciones para este alarmante silencio son únicamente dos, igualmente preocupantes: o el Gobierno sabe lo que ocurrió y no lo dice, o bien no tiene la menor idea de lo que desencadenó el masivo corte de luz.

 Los ambiguos mensajes oficiales difundidos hasta el momento pasan por la promesa de investigaciones, la promesa de que no volverá a ocurrir y la promesa de que “en 15 días” se explicará lo que sucedió.

Hoy, la información es nula, lo cual permite preguntarse con qué elementos las autoridades aseguran que no volverá a ocurrir algo que desconocen por qué ocurrió.

En conjunto, al margen del eje central del colapso energético, queda expuesto el colapso comunicacional, ese reiterado mecanismo oficial que apuesta siempre a que el tiempo transcurra y los problemas vayan esfumándose del sitial de prioridades de la opinión pública.

Lo hicieron incluso con la tragedia del ARA San Juan, cuando se dilataron las explicaciones durante meses, sólo por no asumir responsabilidades, y hasta el día de hoy, ningún integrante del Gobierno anunció que todos los tripulantes habían muerto.
Esperaremos entonces 15 días, ansiosos por saber qué ocurrió para que todas las provincias quedaran simultánemanete sin luz. Aunque en dos semanas es posible que ya se hable de otros temas y pocos recuerden el incidente.