Una investigación realizada en Tucumán reveló que nueve de cada diez pacientes oncológicos consumen cannabis con fines terapeúticos sin prescripción médica.

Es entendible que se busque esta opción, o cualquier otra opción, como fueron en su momento los gorgojos, las aguas de México, el té de Hezze, las flores de Bach, etc... todo lo que surja como alternativa será probado.
Diversos países de todo el mundo han ido avanzando en el camino de la aprobación del uso terapéutico del cannabis y sus derivados. Todo ello vuelve a traer a la opinión pública y los medios de comunicación el vivo debate sobre el uso clínico de los preparados de la planta. 

Aunque el cannabis se ha empleado medicinalmente desde hace al menos cinco milenios, los aspectos precisos de cómo actúan en nuestro organismo sus componentes activos (los denominados “cannabinoides”) no se dilucidaron hasta los años 1990. A partir de entonces, la investigación científica sobre estos compuestos ha experimentado un auge espectacular, gracias a lo cual hoy en día conocemos bastante fidedignamente cómo actúan en el organismo los cannabinoides y cuáles pueden ser algunas de sus aplicaciones terapéuticas más inmediatas. Sin embargo, las restricciones legales que existen desde hace decenios para investigar, prescribir y dispensar derivados del cannabis han dificultado enormemente el estudio del potencial terapéutico de esta planta, de manera que, en la actualidad, no existen muchos trabajos que cumplan exhaustivamente los criterios metodológicos necesarios para ser considerados ensayos clínicos controlados.

Si el consumo ayuda o no, es algo que sabrán precisar los científicos. Lo peligroso es apartarse de los consejos médicos y actuar por iniciativa propia, sea cuales fueren el remedio y la afección que se presenta. Porque medicarse solo puede llegar a ocasionar más daños que la enfermedad misma.