Editorial
No seamos empanadas
Luego de sus históricas hazañas, que lo llevaron a liberar tres países, José de San Martín fue muy maltratado y decidió exiliarse en Europa. Allí la pasaba bastante mal económicamente. Pero entre penurias y olvidos, estuvo a punto de regresar... no para reclamar honores, sino para seguir peleando.
El historiador Felipe Pigna lo recuerda magistralmente: “... el general seguía interesado e inquieto por la situación de su país. En febrero de 1829 llega al puerto de Buenos Aires pero no desembarca. Se entera del derrocamiento del gobernador Dorrego y de su trágico fusilamiento a manos de los unitarios de Lavalle. Muchos oficiales le envían cartas a su barco y lo van a visitar con la intención de que se haga cargo del poder. San Martín se niega porque piensa que tome el partido que tome tendrá que derramar sangre argentina y no está dispuesto a eso. Triste y decepcionado decide regresar. Pasa unos meses en Montevideo y finalmente retorna a Francia. (...) En 1838, durante el gobierno de Rosas, los franceses bloquearon el puerto de Buenos Aires. Inmediatamente José de San Martín le escribió a don Juan Manuel ofreciéndole sus servicios militares. Rosas agradeció el gesto y le contestó que podían ser tan útiles como sus servicios militares las gestiones diplomáticas que pudiera realizar ante los gobiernos de Francia e Inglaterra. Al enterarse del bravo combate de la vuelta de Obligado, el 20 de noviembre de 1845, cuando los criollos enfrentaron corajudamente a la escuadra anglo-francesa, San Martín volvió a escribirle a Rosas y a expresarle sus respetos y felicitaciones: ‘Ahora los gringos sabrán que los criollos no somos empanadas que se comen así nomás sin ningún trabajo’”.
San Martín, ya muy enfermo, murió el 17 de agosto de 1850. En su testamento pedía que su sable fuera entregado a Rosas “por la firmeza con que sostuvo el honor de la república contra las injustas pretensiones de los extranjeros que trataban de humillarla” y que su corazón descansara en Buenos Aires. Esta última voluntad se cumplió en 1880, cuando el presidente Avellaneda recibió los restos del libertador.
Hoy que desde el norte quieren dirigirnos a fuerza de billetes y préstamos, recordemos la postura del Gran Capitán.
Y no seamos empanadas.