Editorial

Sarampión

sábado, 28 de septiembre de 2019 00:21
sábado, 28 de septiembre de 2019 00:21

El virus del sarampión provocó epidemias incluso durante el Imperio romano.
Hasta 1963, cuando la vacuna pasó a estar disponible para su uso general, los brotes eran periódicos y causaban millones de muertes anuales. 


Después de años de campañas masivas de vacunación, la transmisión de esta enfermedad quedó frenada y parecía encaminada a desaparecer, pero recientemente el número de casos se ha triplicado en solo un año, en parte gracias al movimiento antivacunas.


El sarampión es una enfermedad infecciosa, con algunos parecidos con la rubeola o la varicela, y se presenta especialmente entre niños y niñas.


El virus es muy contagioso y se transmite a través de tos y estornudos, contacto personal íntimo o el contacto directo con secreciones nasales o faríngeas infectadas. 


La enfermedad provoca manchas rojizas en la piel y fiebre, pero si se complica puede causar inflamación en los pulmones y en el cerebro, pudiendo llegar a ser mortal.


Aunque no hay una terapia específica para tratar la enfermedad, se puede prevenir mediante la vacunación y algunos de sus efectos pueden atenuarse con una buena nutrición, una ingesta suficiente de líquidos y tratamientos contra la deshidratación, la neumonía y las infecciones.


Antes de la distribución generalizada de la vacuna a partir de 1963, cada dos o tres años había importantes epidemias de sarampión que llegaban a causar más de dos millones de muertes al año, siendo los menores de 5 años y los mayores de 30 los más afectados.


Gracias a la vacuna, se evitaron millones de defunciones y, por eso causa preocupación a nivel mundial que un enemigo que parecía derrotado, reparezca otra vez en el centro de la escena.


En tiempos en que la ciencia permite avanzar sobre tantas afecciones, un retroceso así es realmente para lamentar.

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