33 de mano

Dos casos que hablan de olvido e ingratitud

martes, 17 de noviembre de 2020 00:58
martes, 17 de noviembre de 2020 00:58

Ambos hechos nos impactaron de la peor manera en la semana que pasó. Son dos casos diferentes, pero tienen el mismo denominador común de palabras tan duras como dolorosas: olvido, indiferencia, ingratitud, entre otras. Uno de ellos tiene como protagonista a un integrante de la familia folclórica de nuestro medio, retirado hace algunos años de los escenarios. La foto comenzó a circular y las consideraciones fueron  coincidentes: mezcla de bronca y dolor; más algunas exclamaciones de sorpresa y uno que otro ¡que lo parió! que no pudo ser contenido. El querido personaje aparecía saludando desde su nuevo hogar junto a sus compañeros de residencia. Un geriátrico capitalino lo tiene entre sus habitantes, y no dudamos que le brindan la contención y la atención que él y el resto de los habitantes de la casa se merecen. Pero tal vez esté extrañando la visita –cuando las condiciones estén dadas- de uno de los tantos amigos y colegas que supo cosechar en su larga y reconocida trayectoria artística. Porque fue integrante fundador de un conjunto folclórico que ya es historia. Integró el coro provincial. Vivió los años de aplausos y distinciones. Las interminables noches de seranatas. Conoció el éxito y los sinsabores de una profesión que tiene las dos caras de la moneda: cientos de amigos cuando la fama sonríe,  y otros tantos olvidos cuando los triunfos pasan a llenar el álbum de los recuerdos y toman distancia de la dura realidad. La foto nos impactó y, a no dudarlo, también nos interpeló. Porque ese rostro de tantas guitarreadas compartidas nos está pidiendo una explicación de por qué tanta ingratitud, tanto lacerante olvido. De algún homenaje injustamente postergado. No juzgamos en absoluto porque está ahí. La vida tiene esas cosas.  Le mandamos un fuerte y largo abrazo. Y perdón por no estar cerca ahora.
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El otro caso tuvo un  título en este diario el pasado sábado: “Robo y destrozos en el gimnasio propiedad de Hugo Rafael Soto”. Estamos hablando del ex campeón del mundo, el único catamarqueño que alcanzó tamaño logro en el boxeo. Hugo tiene un gimnasio para pelearle a la vida y, como nos contó en una entrevista, “para que los chicos no caigan en esa porquería” (la droga). Los delincuentes le dieron un golpe bajo y lo acorralaron contra las cuerdas hasta hacerlo pensar en “cerrar el gimnasio y dejar el boxeo”, según sus propias palabras. Pero también, sin necesidad de recurrir a eufemismos, manifestó sin vueltas: “Le quiero decir al Gobernador que con la pensión que me dieron me están charlando; hace seis meses que no me pagan. Lamentablemente no puedo lograr que me paguen esa pensión vitalicia que me dieron. Es vergonzoso: voy todos los días a hablar con los funcionarios y no me dan respuestas. Se tiran la pelotita, ya me tienen cansados. Ojalá el Gobernador pueda hacer algo; yo necesito cobrar todos los meses porque me hace falta”. Suponemos que ayer desde el Gobierno llamaron a Hugo Soto, le pidieron disculpas por la demora y le pagaron el beneficio que el propio Gobierno le otorgó. A nadie escapa que “Sotito”, como cariñosamente se le conoce entre nosotros, necesita de un justo reconocimiento que le permita vivir a él y su familia tan dignamente como se lo merecen. En este caso que se cumpla con lo dispuesto por el Gobernador. Fue un gran ídolo popular. Que nos llenó de victorias y alegrías. No es justo que ande mendigando públicamente el pago de una pensión vitalicia, en una provincia donde los amigos del poder –familiares incluidos- reciben todos los días, a manos llenas, “gauchadas” que suenan a escandalosas. Por favor: que no nos gane el olvido. Hay gente que no merece tan dolorosa indiferencia.

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