Desde la bancada periodística
La carroña como ideología política
Un grupo de cuatro jóvenes -casi adolescentes- con severos desórdenes de conducta, entre ellos algunos con problemas de adicciones, abordaron a un hombre de 46 años a quien conocían previamente, desesperados por obtener algo de dinero fácil.
Le robaron algunos electrodomésticos, pero estaban convencidos de que manejaba más dinero, porque escucharon que su víctima había vendido un vehículo pocos días antes y guardaba ese dinero.
Lo presionaron para obtener un mejor botín, asustándolo primero y golpeándolo después. Frustrados, comenzaron a torturarlo, hasta que se vieron atrapados por su propia violencia. No consiguieron nada, con excepción de la certeza de que iban a ser denunciados.
Optaron por la opción más cruel, y le cortaron el cuello con un arma blanca al infortunado e indefenso hombre, provocándole la muerte.
Este hecho estrictamente policial, de matices salvajes por el tenor de la agresión, ocurrió en un pequeño pueblo patagónico. Casi no hubo tiempo para el suspenso y la intriga: la policía detectó rápido a los autores, que también confesaron sin demora.
Los relatos de la indagatoria fueron ratificados por los hechos posteriores: se halló el cuerpo, se comprobó el vínculo de amistad íntima entre la víctima y uno de los malvivientes, y se localizó a todos los integrantes de la banda, conocidos en la zona por sus andanzas previas.
Hasta allí la crónica fría y dolorosa de un robo frustrado y una muerte que deriva del descontrol de atacantes inexpertos. Un episodio delictivo dramático, pero sin grises. Esclarecido casi de inmediato.
En cualquier lugar del planeta, un hecho policial. En Argentina, un acto político de trascendencia nacional. ¿Cómo es posible que un delito contra la propiedad seguido de homicidio, sin ninguna otra connotación, se instale en la agenda de las principales fuerzas partidarias y desemboque hasta en una declaración presidencial?
Parece inexplicable pero no lo es. Tiene su razón de ser, y conviene repasarla, aunque revuelva el estómago.
Origen catamarqueño
La carroña es carne podrida, carne muerta. Casi todos los animales, al menos los carnívoros y omnívoros, se alimentan de otros animales. Pero los carroñeros tienen una particularidad, y es que buscan restos de animales que no se ocuparon de cazar. No persiguen ni pelean, sólo esperan. Son necrófagos cuya vida consiste en buscar cadáveres para convertirlos en el propio sustento. Son animales que se benefician biológicamente con otras muertes, violentas o naturales, porque allí encuentran lo que los mantiene vivos.
Esa búsqueda paciente, calculadora y especulativa, que en ciertas especies no es más que un mandato de la naturaleza; en política es una conducta repulsiva, pero que se repite sistemáticamente en la Argentina desde hace unas tres décadas.
Todo comenzó en nuestra Catamarca, donde la convulsión social generada por un crimen horrendo, se convirtió en plataforma para catapultar al poder a un sector político sin otro camino para avanzar sobre el electorado. Figuras desterradas de las batallas en las urnas, que incluso fueron cómplices y activos protagonistas de la dictadura genocida, hallaron en el dolor y la bronca de la ciudadanía, un terreno fértil para volver a florecer.
Como los carroñeros, se alimentaron de un cuerpo sin vida para subsistir en ámbitos donde no tenían otra manera de imponerse.
Quisiera uno decir que los tristes y vertiginosos años del Caso Morales legaron al país la reacción popular genuina, la manifestación firme, valiente y pacífica de las Marchas del Silencio. Pero una mirada más analítica demuestra que lo que perduró de aquel acontecimiento sin par en la historia, es la carroña como ideología, como método, como mecanismo adoptado por políticos de escaso arraigo popular.
Hay sectores que en cada muerte ven una oportunidad redituable, una ocasión de proyectarse, si es que pulsan los botones convenientes en el momento oportuno, para desviar la reacción social en su provecho.
Insisten con ese sistema por una razón sencilla: suele funcionar. No viene al caso detallar los antecedentes que lo ratifican desde María Soledad hasta aquí, alcanzará con mencionar apenas el protagonismo del fiscal Alberto Nisman en la campaña presidencial de 2015.
Fue caballito de batalla de Mauricio Macri y Cambiemos, vital para emparentar la imagen del kirchnerismo con un asesinato que los sepultara en los subsuelos de la mala imagen pública. Cambiemos se nutrió de esa muerte, y persistió con sus teorías durante los cuatro años de mandato, a pesar de que jamás logró encontrar ni una prueba de que el fiscal fuera asesinado o de que alguien hubiera entrado en su departamento. El objetivo estaba cumplido con creces. La fórmula probaba nuevamente su eficacia.
Intento fallido
Lo mismo intentó realizarse en los últimos días con el crimen de la Patagonia. Los eslabones que sugerían el caso como potable emergen sin esfuerzo.
"Lo que perduró de aquellas marchas del silencio sin par en la historia catamarqueña y argentina es la carroña como ideología, como método, como mecanismo adoptado por políticos de escaso arraigo popular".
La víctima fue Fabián Gutiérrez, residente de El Calafate, un hombre que desde muy joven trabajó con la familia Kirhner, y llegó a desempeñarse como secretario de Cristina. En el momento de mayor furia judicial, cuando las fotocopias de Centeno eran la estrella del lawfare, se lo arrastró a la causa y fue brevemente detenido en 2018.
No perduró ni como imputado ni como testigo, ya que sus aportes fueron intrascendentes. Pero la suma de elementos mencionados, hicieron que los carroñeros olieran sangre y se lanzaran desbocados a construir una nueva operación mediática.
La conducción de Cambiemos, sector rebautizado Juntos por el Cambio luego del fracaso en la gestión de Macri, corrió a sembrar cizaña no bien se hizo pública la muerte de Fernández.
Se difundió un comunicado institucional firmado por Patricia Bullrich y Federico Angelini (PRO), Alfredo Cornejo y Alejandra Lordén (UCR), y Maximiliano Ferraro y Mariana Zuvic (CC), donde concluyeron precozmente que el homicidio era “de extrema gravedad institucional” y pidieron que se apartara del caso la fiscal Natalia Mercado, sobrina de la vicepresidenta, hija de la gobernadora de Santa Cruz, Alicia Kirchner y del fallecido catamarqueño Armando “Bombón” Mercado. El comunicado fue acompañado por una batería de declaraciones alarmistas y mensajes individuales en redes sociales, todos del mismo tenor.
“Esto es gravísimo. G-R-A-V-I-S-I-M-O”, escribió sin rubores Laura Alonso. Y pocos eludieron la tentación de comparar el caso con el de Nisman.
Pero algo falló, porque las horas pasaron y la jugada quedó demasiado expuesta, sin elementos que le brindaran una dosis mínima de credibilidad. ¿Cuál era la institución republicana que tambaleaba con el crimen? ¿Cuál era el peso político de la víctima? ¿Qué oscuros y poderosos hilos habían pergeñado el asesinato?
El vacío de contenido, esta vez le dio vida corta a la maniobra opositora. Y las respuestas no tardaron en llegar. Santiago Cafiero, jefe de Gabinete, recordó que “en política no vale todo porque no hay fin que justifique los medios (…) el gobierno nacional ha conocido con mucho pesar el comunicado que los presidentes de los partidos que componen Cambiemos han firmado ante la infausta noticia que dió cuenta del homicidio del que fuera víctima Fabián Gutierrez. La sola idea de que el Gobierno tiene responsabilidad en semejante suceso, es definitivamente repulsiva, máxime si se tiene presente que tamaña infamia se pretende instalar en un marco social signado por la angustia de la pandemia (…) en estos días en que en los tribunales nacionales se ventilan presuntos mecanismos que vincularían a servicios de inteligencia, periodistas y magistrados en la promoción de falsas acusaciones penales, la responsabilidad política debería multiplicarse”.
“Que presidentes del PRO, UCR y la Coalición Cívica hayan firmado un documento como el que firmaron, sembrando dudas sobre la muerte de Gutiérrez, es canallesco”, dijo luego presidente Alberto Fernández.
El Instituto Patria repudió también el contenido del documento: “Con total miserabilidad y sobrepasando todos los límites de la dignidad humana, busca instalar nuevamente en la sociedad argentina el imperio del odio”.
El panorama es claro, y refleja que la carroña es una ideología más, posiblemente la peor de las que integran el abanico de ofertas partidarias en el país. Vive, late y actúa como siempre, sin respeto, sin sensibilidad ni límites, a la espera de un cuerpo que le permita alimentarse.
El Esquiú.com