La imputación contra el concejal Agustín Brizuela (UCR-Juntos por el Cambio), dispuesta por la Justicia de Andalgalá, por haber violado cuestiones elementales de la cuarentena, movió variados comentarios en la “Perla del Oeste”. Muchos, a nuestro entender equivocadamente, estiman que se trata de una sanción dura con relación a hechos justiciables que no merecieron reprimendas ni han logrado ser esclarecidos. Así, por ejemplo, nos comentan que el exintendente Perea, con 23 causas por malgastar regalías mineras, camina tranquilamente por las calles o que varios asesinos  no han recibido un condigno castigo. De igual forma aluden a algún violador de Aconquija, a estafas de todo calibre o la impunidad que gozan “niños bien” que hirieron a tres policías y dañaron un móvil. Claramente, se trata de hechos que debieran estar resueltos y no hablan bien de la Justicia, pero de allí a pretender justificar a Brizuela hay distancia apreciable.

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Un concejal, como un funcionario cualquiera, un diputado o un senador, tiene responsabilidades distintas a las del ciudadano común, aunque las penas por un delito equis sean iguales para todos. El caso de Brizuela, por su flagrancia, jamás pudo ser soslayado por la autoridad judicial sin que ésta quede comprometida. Al hombre, por ignorancia o por lo que sea, le importó un carajo la salud de los ciudadanos andalgalenses al organizar una fiesta para festejar su cumpleaños y reunir a una cantidad de personas suficiente como para que no existiera el distanciamiento social, preventivo y obligatorio. A tal punto llegó la indolencia que la transgresión, cuando existe una pandemia que viene dejando un reguero de muertes, fue filmada.

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Al caso del representante del pueblo, en definitiva, no se lo puede minimizar con comparaciones absurdas. En realidad debería escalar y extender la imputación a todos los participantes de la “fiestita” de alcohol y pachanga, independiente de las medidas que debería tomar el Concejo Deliberante con un miembro que incumplió órdenes que tienen que ver con la salud y la vida de sus congéneres.
El Esquiú.com