A telón abierto

viernes, 21 de agosto de 2020 01:15
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Mañana se celebra el Día Mundial de Folclore y el Día del Folclore Nacional. En 1846 la Unesco instituyó la celebración del Día Mundial del Folclore, en tanto que en 1960 se hizo lo propio en nuestro país, en coincidencia con la fecha (22 de agosto) del nacimiento de Juan Bautista Ambrosetti, en Gualeguay (Entre Ríos), considerado como el “Padre de la ciencia folclórica”. La recordación de este acontecimiento incluye rendir honor a nuestras más profundas tradiciones que, a su vez, representan la sabiduría de un pueblo a través de las costumbres, leyendas, música, danza, coplas y cantares que se van transmitiendo con el paso de los años de generación en generación. Además, el folclore argentino tuvo la particularidad (o al menos la tenía) de distinguir con su ciencia popular una cultura de otra, y fue creciendo con tanta fuerza que construyó un patrimonio tradicional que nos representa en el mundo entero. A nadie sorprende hoy la frase “el folclore nacional debe recuperar su identidad; debe volver a sus fuentes; tiene que mirar atrás y reencontrarse con su esencia”. Sobran los apellidos ilustres cuando se habla de la raíz folclórica argentina: Acosta Villafañe, Carrizo, Ponce, Leguizamón, Castilla, Dávalos, Chazarreta, Carabajal, Lima Quintana y Tejada Gómez, por citar algunos en el marco de un generoso abanico de grandes hacedores de la música que nos representa. La pérdida de identidad de nuestro folclore es uno de los puntos que más está en discusión y forma parte de cotidianos debates. Y a la hora de los ejemplos, saltan los nombres de los grandes y tradicionales encuentros populares, creados bajo la consigna de “festivales folclóricos” en otras décadas y que desde hace muchos años vienen sosteniendo en sus carteleras a otras expresiones que nada tienen que ver con nuestro folclore. Dicen que “los tiempos cambian” y que hay “que adaptarse a esos cambios”. Es cierto. Pero la cuestión de los valores no tiene por qué cambiar. Y nuestro folclore está asentado sobre valores a los que no se puede ni se debe renunciar.


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    Hablando de folcloristas que hicieron grande a nuestro folclore, el próximo domingo se cumple un nuevo aniversario del nacimiento de Ramón Augusto Mercau Soria, “El Atuto”. Escribe la pluma de Arnaldo Raúl Molina en su libro “La canción popular de raíz folclórica de Catamarca” que, efectivamente, el compositor y poeta nació en Catamarca el 23 de agosto de 1917. ¿Por qué “Atuto”? Cuenta el escritor Molina que “el apodo le quedó desde su más tierna infancia: cuando alguien le preguntaba por su nombre, contestaba con dificultad ‘Atuto’, por decir Augusto. Era hijo del escribano y periodista aficionado puntano Ramón Mercau Orozco y de Emma Soria y Medrano, hija a su vez del escritor e historiador Manuel Soria, autor del libro “Fechas catamarqueñas”. A los cinco años, “Atuto” comenzó los primeros intentos con la música folclórica, con una pequeña guitarra que le había regalado su abuelo Manuel Soria. Realizaría sus estudios primarios en el Colegio Padre Ramón de la Quintana y secundarios en el Colegio Nacional. Después de cumplir con el servicio militar, en el regimiento local, se dedicó de lleno a cantar y se prendía en guitarreadas en la Capital y en Valle Viejo (posteriormente se radicó en la localidad de San Isidro). Lo hacía con importantes dúos de la época, como los hermanos Julio Eduardo y Arnaldo Soda y la dupla Castro - Tula.


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  “Atuto” es una de las figuras catamarqueñas más reconocidas a nivel nacional, además de querido y respetado por sus colegas. Como muchos catamarqueños que se impusieron trascender los límites provinciales con su arte, en 1950 se radicó en Buenos Aires. Una de sus hijas, Lucrecia (“Coyita”), recuerda que “cada vez  que venía a visitar su tierra, se juntaba en la casa de una sobrina de Polo Giménez, donde junto a los Arrieros de Valle Viejo (los hermanos Melo Cabrera, Gustavo Yacante, Cacho Villagra, Edmundo Tula y Julio Álvarez Vieyra) pasaban momentos inolvidables de música y poesía. Su obra cumbre es considerada la “Zamba de la añoranza” (“Vuelvo, tierra, vuelvo, después de larga ausencia y añoranza...”), en tanto que siempre se lo recuerda con su otra creación: “Cantale, chango, a mi tierra”, inspirado en la figura de Pepito Coria cuando era niño. El querido y recordado “Atuto” falleció en Buenos Aires el 20 de marzo de 1994.
 

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Comentarios

21/8/2020 | 20:43
#149006
aunque Polo Giménez era nacido en Buenos Aires. Cantale Chango a mi Tierra es letra de Atuto y música de Polo Giménez. Zambas que emocionan hasta las lágrimas y que no siempre las eligen los cantores nuestros, cuando salen a otras provincias. Zamba de la Añoranza es una pieza musical excelente y sencilla para ser coreada por toda la audiencia. Todos tenemos añoranzas y Atuto fue inteligente: promocionó Catamarca como Don Polo Giménez lo hizo con La Cuesta del Portezuelo que se cantaba y coreaba en México DF en los años 50

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