Hoy termina agosto. Mañana comienza septiembre. Se trata, desde hace 30 años, de un mes eminentemente político por un hecho que, con polémicas interminables, cambió la historia de Catamarca e impactó en toda la Argentina. Nos referimos a la muerte de la estudiante chacarera María Soledad Morales, quien salió de su casa para asistir a una reunión bailable de la juventud el 8 de septiembre de 1990 y nunca más volvió. Dos días después, en un descampado de Villa Parque Chacabuco, violada y ultrajada, la policía encontró su cuerpo sin vida. A partir de ese momento, los resortes de la historia se movieron con frenética tensión para establecer un fenómeno sociológico como no hubo otro en el país. A los dos meses de aquella tragedia, los connacionales de todas las latitudes siguieron en vilo acontecimientos singulares como las marchas del silencio o la posterior Intervención Federal a la provincia que abrió camino al cambio de gobierno. Obviamente, no fue un hecho de sangre más. Hubo un antes y un después de María Soledad.
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Por lo expuesto, en días más, los medios nacionales estarán recordando el trigésimo aniversario de un hito probablemente irrepetible y Catamarca volverá a los primeros planos con recuerdos muy desgraciados para la sociedad lugareña, dividida socialmente hasta extremos increíbles mientras la prensa nacional convertía al asesinato en un hecho marketinero asociado a lo peor de la política. La familia, aún con el dolor a cuestas, no estaría pensando más allá de un oficio religioso en el Colegio del Carmen, pero los ruidos mediáticos se harán escuchar con fuerza, mucho más si se confirma la venida de la religiosa Martha Pelloni, puntal de aquellas marchas del silencio y exdirectora del colegio al que concurría María Soledad.
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Que hayan pasado 30 años y todavía hoy el Caso Morales tenga repercusión no es casualidad. Es que el crimen de Catamarca, a diferencia de los miles que existen en el país, tuvo la fuerza de un terremoto en materia política. Lo agrietó todo.
El Esquiú.com