Una mezcla de alivio y esperanza se respiró el martes en Casa Rosada, al cerrarse el acuerdo con los bonistas extranjeros que aleja los fantasmas del default y deja al país en condiciones de intentar una recuperación, ya sin la espada de Damocles que representaba el descalabro urdido entre Mauricio Macri y el FMI. La resolución del problema era el eje central de las preocupaciones de Alberto Fernández antes de asumir el Gobierno, por ende la salida hallada es también uno de los logros más significativos de su breve gestión. Por cierto, la indomable crisis del coronavirus opaca cualquier buena noticia y mantiene a la Argentina completamente alejada de cualquier atisbo de celebración. Pero la importancia de lo conseguido es innegable.
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Lo que la gestión de Cambiemos hizo en la economía linda con la crueldad. Cuando Mauricio asumió la deuda externa bruta se ubicaba en u$s157.792 millones: cuando se fue de la Casa Rosada la deuda era de u$s277.648 millones. Incluía, además, una cuenta de vencimientos de deuda por pagar imposible para los cuatros años siguientes. Esos números suponían dejar a Fernández amordazado y atado de pies y manos, con un detalle escalofriante: el dinero por el cual se hipotecó al país, simplemente se fugó, ya que la mayor parte se integró a la formación de activos externos del sector privado; esto es, los amigos de Macri. El hombre que hoy da consejos desde París, grabó su nombre como el presidente que más hizo crecer la deuda en medio siglo, con un índice cercano al 80%. Ahora, en virtud de la negociación reciente, el panorama se despeja sensiblemente y retomar la senda del crecimiento ya no es utópico. Entre 2020 y 2024 vencían nada más y nada menos que u$s63.664 millones por todo concepto (capital e interés, deuda pública y privada, ley local y extranjera), y ahora solo hay que pagar unos u$s6.000 millones. Un alentador panorama para el país y para provincias como Catamarca, que dependen de la ayuda nacional como del agua.

El Esquiú