33 de mano
El “otro periodismo” que no ve la monja
La monja Martha Pelloni cree que el único periodismo que existe en el país es el de la Capital Federal, ese que le abrió las puertas para comer seguido en el programa de Mirtha Legrand. En ese convencimiento, cuando se refiere al Caso Morales, cae en el error de meter a todos en la misma bolsa. Desde este espacio nos vemos en la obligación de desmentirla de manera categórica, persuadidos hasta los huesos de no haber protagonizado un periodismo cómplice a la hora del encubrimiento del crimen que sacudió las fibras más íntimas de los argentinos allá por septiembre de 1990. Dijo Pelloni días pasados por radio Valle Viejo que “el encubrimiento (del asesinato) fue del gobierno nacional, del gobierno provincial y del periodismo, que fue cómplice”. Antes y no hace mucho, había declarado al diario cordobés La Voz del Interior que “todo el periodismo de Catamarca estaba entregado al poder del gobierno saadista”. Miente la monja. Y lo hace con un descaro que ofende. Porque recordará doña Pelloni que este periodista formaba parte de un equipo, en otro diario, cuyo trabajo estaba lejos de alguna actitud de complicidad o de entrega al poder político de turno. En honor a la verdad, resulta incómodo escribir estas líneas de carácter autorreferencial, pero es la única manera de poner las cosas en claro. El matutino de calle Sarmiento no defenderá su posición de aquellos años (el camaleón de su propietario lo único que puede devolver es una miserable patada, propio de los miserables). Pero le recordamos a la monja Pelloni aquella “Página en blanco” (editorial en tapa), idea del entonces director y escrita por la pluma brillante y talentosa del profesor Bernardo Romero, hecho que mereció un reconocimiento de diarios, revistas y televisión de casi todo el país. En ese artículo, entre otras cosas, se defendía la figura de Pelloni y se denunciaba al poder político de turno. Un botón basta de muestra.
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Hoy se cumplen 30 años del crimen de María Soledad Morales. Con el paso del tiempo, cada cual fue armando su propia historia sobre cómo sucedieron los hechos. Y cada cual tiene todo el derecho del mundo de hacerlo. Desde aquí, la posición es inequívoca tres décadas después: haríamos lo mismo que hicimos desde el punto de vista periodístico. Sin reprocharnos nada. Sin arrepentimientos culposos. Con la conciencia tranquila y en paz. Hoy, en este nuevo y doloroso aniversario, queremos volver a rendir homenaje a los que protagonizaron las célebres Marchas del Silencio. Hombres, mujeres, jóvenes y niños que hicieron posible la canción del sanjuanino Osvaldo Montes (banda sonora de la película El Caso María Soledad) cuando dice “puede el silencio cambiar tu voz, puede el silencio gritar verdad y puede una historia cambiar…hoy el gris cambió su voz y Dios habló”. Las marchas fueron extraordinarias, multitudinarias. Hasta que el diablo de la política metió la cola por parte de una oposición al poder saadista que estaba bajo la cama. Cobardemente viendo la historia pasar. Parte de un pueblo que pedía verdad y justicia era la gran fuerza opositora. Aquellas largas caminatas (“Viene Pedro y viene Juan…”) es la mayor riqueza de esta lacerante historia. Honor y gratitud a los marchantes que poblaron las calles para intentar escribir un “nunca más” a la catamarqueña. A propósito: llamó mucho la atención el silencio de los colectivos femeninos de Catamarca sobre el tema. “De eso no se habla”. ¿Esa fue la orden recibida y fielmente cumplida? De todas maneras, María Soledad sabe que siempre habrá quienes la lloran y la extrañan. Como esa madre de Santa Rosa (Valle Viejo) llamada Ada Morales, a quien le arrancaron a su hija de la peor manera. Increíble: a unos les duele, a otros no les importa un carajo. ¡Que lo parió!
Kelo Molas