Los discursos inaugurales deben ser tomados como tales, no más que una carta de presentación, una muestra de intenciones, un escenario donde apenas se reconoce espacio para decir lo correcto. Casi ninguna autoridad resiste, al asumir, la tentación de señalar que se trata de un momento histórico, un punto de inflexión, el inicio de una nueva era. Políticos de todas las facciones y latitudes utilizan el mismo recurso, quizás el único posible, en el inicio de sus etapas. Era de esperar que Joe Biden hiciera lo mismo, máxime tratándose de un legislador con casi cuatro décadas de experiencia que domina plenamente la oratoria, y sobre todo porque en algún punto aprovecha el favor que le hizo Donald Trump con su convulsionada salida. Cualquier cosa que dijera iba a ser mejor que las provocaciones de su antecesor. Pero más allá de estas salvedades, casi obvias, el nuevo presidente de Estados Unidos dejó palabras tan simples como esenciales.

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Y vale citarlas porque de su lectura se desprende que todas y cada una, sin cambiarles una coma, serían aplicables al presente de la Argentina: “Con la unidad podemos hacer cosas importantes. Las fuerzas que nos dividen son profundas, reales, pero no es algo nuevo. La historia, la fe, el raciocinio nos muestran el camino. Podemos vernos no como adversarios, sino como vecinos, tratarnos con respeto y bajar la temperatura. Sin unidad no hay paz, no hay avance, solo amargura y furia. Solo un cansancio que nos agota, un estado de caos. La unidad es la manera de salir adelante. Volvamos a escucharnos, mostremos respeto el uno a otro. La política no tiene que destruir todo a su paso, cada discrepancia no tiene que ser una causa para una guerra abierta. Podemos lograrlo si mostramos un poco de tolerancia y de libertad, podemos darnos una mano, ayudarnos unos a otros. Vamos a descartar la politiquería. Si lo hacemos, tendremos un país más fuerte y aún podemos estar en desacuerdo, pero necesitamos toda nuestra fuerza para prevalecer”.