El Secretario
El mayor talento de que ha hecho gala la clase política es de su memoria selectiva, acompañado por los notables reflejos para cambiar de discurso según las circunstancias, eludiendo cualquier gesto de autocrítica y sin asumir responsabilidad alguna. Ese mecanismo de razonamiento se revela en casi todos los discursos, pero es una semilla con pocas posibilidades de germinar, ya que como tierra fértil requiere un campo igualmente desprovisto de información. Un mínimo registro de los acontecimientos históricos desmorona, o al menos vacía de contenido, muchas de las posturas que se declaman apelando a la ignorancia general. Pocas veces se expresó esta realidad con tanta nitidez como a partir de los actos vandálicos del último fin de semana en Andalgalá.
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Horas después de que ocurrieran los ataques a la sede empresarial, se alzaron las principales voces de la oposición para acusar al Gobierno Provincial, y específicamente a las políticas mineras del oficialismo, como la matriz que dio lugar al accionar delictivo de un pequeño grupo de individuos mimetizado bajo banderas ambientalistas. Aparecieron así un grupo de “Mujeres del Radicalismo” señalando que es el oficialismo el “principal responsable político de los hechos suscitados el pasado sábado” y permitiéndose reclamar un cambio de rumbo: “Instamos al Gobierno a articular acciones acordes al estado de zozobra de la población, haciendo primar la racionalidad política en pos de la pacificación social”.
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En tono similar se pronunciaron otros dirigentes, y ninguno hizo mención a las protestas del 15 de febrero de 2010, cuando en lugar de oposición estaban al frente del Gobierno, y al parecer tenían otro concepto de la paz social que ahora exigen. Porque aquella vez, también en Andalgalá, se vivieron incidentes mucho más graves, y además se coronaron con una feroz represión policial que incluyó 150 personas detenidas. La explotación minera a gran escala llevaba ya 15 años, todos ellos bajo el mando del Frente Cívico y Social, en condiciones económicas, sociales y ambientales nefastas para Catamarca. Quizás estas tempestades sean hijas de aquellos vientos, sembrados por quienes eligen hoy sostener una mirada de ajena sorpresa por lo que sucede.
El Esquiú