El Secretario

viernes, 30 de abril de 2021 01:03
viernes, 30 de abril de 2021 01:03

Candidata al exabrupto del año, casi sin rivales, se autonominó Patricia Bullrich, máxima autoridad del PRO, al sugerir que Argentina podría entregar las Islas Malvinas a cambio de vacunas contra el coronavirus. Una torpeza de magnitud extraordinaria, impropia de cualquier persona que muestre credenciales de dirigente política, pero imperdonable si se considera que entre sus antecedentes aparece nada menos que la titularidad del ministerio de Seguridad de la Nación. Bullrich, hasta hace pocos días señalada como potencial “presidenciable” en representación del macrismo, retrocedió tantos casilleros que resulta imposible calcularlos, y ni siquiera el blindaje mediático que protege a las caras visibles de la oposición pudo salvarla del repudio unánime.


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Sin hilar fino ni recordar que la misma oposición que ahora reclama vacunas llegó a denunciarlas como “veneno”, incluso sin detenerse a repasar las campañas anticuarentena que impulsaron en plena emergencia sanitaria bajo consignas de libertades republicanas; las palabras de Bullrich fueron capaces de opacar incluso la descontrolada verborragia de Elisa Carrió, verdadera profesional de la impunidad dialéctica. Aunque luego la exministra ensayó algún justificativo inconsistente, su oferta de entregar parte del territorio nacional perdurará como un punto sin retorno entre las mayores barbaridades jamás oídas.


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Ocurre que Bullrich arrasó livianamente con uno de los temas más sensibles para los argentinos. Porque hablar de Malvinas no sólo remite a uno de los más emblemáticos atropellos a la soberanía que registra la historia, sino a un conflicto bélico sangriento que -a poco de cumplir cuatro décadas- representa una herida abierta en el pueblo. No supo distinguir la exministra entre una vulgar chicana política de las que se utilizan cotidianamente, y una afirmación que hiere profundamente. Porque con sus palabras les faltó el respeto a los caídos en batalla, a los miles de veteranos de guerra, y a quienes lloran todavía a los héroes que entregaron su vida por defender ese territorio, que para ella no es más que una moneda de cambio. Tan cruda e imprudente resultó la sugerencia, que permite preguntarse si se trató en verdad de un exabrupto o el fiel reflejo de su pensamiento.
 

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