El fallecimiento de Marita Colombo conmovió a toda la dirigencia política, y le puso rostro y nombre al drama de la pandemia, que ya dejó más de un centenar de víctimas fatales en Catamarca, pero esta vez trasladó el impacto de las tragedias familiares a una figura pública. Colombo se despidió con el reconocimiento unánime de los actores políticos, sin diferencias partidarias, y no es un detalle menor tratándose de una mujer que mantuvo roles protagónicos en las últimas tres décadas. Fue fiel a sus ideas y convicciones, y el final de su vida la sorprendió en plena actividad, lúcida, ocupando una banca en la Legislatura y la presidencia de la UCR local. El golpe que representa su partida impactó aun más porque en las jornadas anteriores había evidenciado una importante recuperación, que hacía presumir que lograría vencer al coronavirus. Tristemente no fue así.
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No es exagerado señalar que se trata de una pérdida irreparable para el ámbito legislativo en general, y para la oposición en particular, que no tiene como reemplazar una diputada con sus características. Por conocimiento, formación y sobre todo por experiencia, ese bien tan preciado como intransferible, el rol de Marita en la bancada que lidera el radicalismo no podrá ser ocupado por nadie a corto y mediano plazo. En la Legislatura local o en el Congreso de la Nación, había abordado infinidad de cuestiones, sobre las cuales manejaba hasta el último detalle.
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Marita, médica cirujana de profesión y militante boinablanca de toda la vida, participó nada menos que en la redacción de la Constitución Nacional, cuando compartió la convención reformadora de 1994 junto a figuras como Raúl Alfonsín, Néstor Kirchner, Eduardo Duhalde, Antonio Cafiero, Cristina Kirchner, Pino Solanas, Álvaro Alsogaray, Eugenio Zaffaroni y tantos otros. Ese caudal de vivencias la torna insustituible, y sin dudas en las próximas sesiones se percibirá su ausencia en el recinto “Fray Mamerto Esquiú”, donde propios y extraños sabrán que faltará una voz en cada debate. 

El Esquiú