Desde la bancada periodística

Crónicas de guerra

sábado, 8 de mayo de 2021 01:30

Partes diarios, cifras catastróficas, conteo interminable de víctimas fatales. Hospitales de campaña, médicos agotados, desesperación, incertidumbre. El panorama que enfrenta la humanidad se asemeja a los tiempos de conflicto bélico global, y bien puede señalarse que la mentada Tercera Guerra Mundial, es la que se está librando desde fines de 2019 contra el coronavirus.

Por aquel entonces, los cálculos más pesimistas indicaban que la pandemia podía llegar a causar unos dos millones de muertos alrededor del planeta. Era un número que asustaba y parecía exagerado. Hoy los decesos suman 3,24 millones y contando.

El número total de infectados oficialmente detectados superó los 155 millones de personas, magnitud devastadora para una afección que se transmite tan rápida y fácilmente.

Argentina superó los 3 millones de casos y los 65.000 muertos. Catamarca quebró la barrera de los 17.000 casos con más de 125 fallecimientos. Los números son espeluznantes, y la luz al final del túnel todavía no se deja ver.

Extrañamente, conforme la situación se agrava, la mayoría de la población se distiende. El pánico inicial, luego transformado en temor, se reconvierte en indiferencia. Sólo algún caso muy cercano genera inquietud: las estadísticas cotidianas, naturalizadas, ya no causan impacto. La mayoría de los catamarqueños lee sobre dos o tres decesos cada jornada sin modificar sus planes de salidas, reuniones y actividades.

Las advertencias permanentes de los expertos, que alertan sobre la capacidad limitada de brindar atención, no repercuten positivamente en la corrección de conductas cotidianas.

La aritmética es clara: las camas disponibles, el suministro de oxígeno, la posibilidad de brindar atención es cada vez menor y la cantidad de contagios siguen creciendo. Si la proyección se sostiene en el mismo rumbo, faltarán camas, faltará oxígeno.

Pocos prestan atención a estas ecuaciones. Simultáneamente, se complica el normal desarrollo de las actividades económica sy laborales, y la clase política se reparte entre oficialismos apremiados por la emergencia sanitaria, y oposiciones al acecho, más atentas para descubrir algún resquicio redituable que para colaborar.

La esperanza

La esperanza más sólida se apoya en la vacuna. Pero el antídoto no escapa a las generales de la ley en el contexto internacional.

La vacuna está en el centro de la escena sencillamente porque no hay una medicación efectiva y probada para tratar los efectos del virus. Se ensayan distintas terapias, algunas con mejores resultados que otras, pero no se conoce un tratamiento médico que aplique general y definitivamente como solución.

Mientras esa realidad perdura, además del barbijo, la distancia social y la higiene de manos, la vacuna liderará todas las cruzadas contra el virus, y por eso los gobiernos la reclaman casi implorándola.

Hoy el mapa es un emblema más de las desigualdades propias de desarrollados y subdesarrollados: hay cerca de 200 países en el mundo, pero diez de ellos poseen el 90 por ciento de las vacunas disponibles.

Para el resto, queda la ardua negociación, el ruego y la espera.

A pesar de que corre desde atrás en esta lucha, y es el más afectado en cuanto a infectados y fallecidos, hoy Estados Unidos comienza a recuperar su liderazgo; rol que perdió en la pandemia por la postura que había asumido Donald Trump.

Desde la asunción de Joe Biden el paisaje se modificó, y oficialmente se anunció que los norteamericanos van a “nadar en vacunas”, ya que se producirán a una escala muy superior a la necesaria.

No es sólo un discurso: desde ahora puede vacunarse quien quiera si es mayor de 18 años. Y no dejarán de fabricar vacunas.

Aun con más de 300 millones de habitantes, Estados Unidos tendrá superabundancia de vacunas a corto plazo, y esta vez anticipó que será solidario.

No es el único caso: Canadá quintuplica con su cantidad de vacunas el total de su población. Pero después de haber perdido tanto terreno a manos de Rusia y la Sputnik V, en la Casa Blanca se replanteó la postura original.

“Esto no es un problema de Estados Unidos, es un problema mundial”, señaló Biden, al anticipar que el remanente, lo que sobre de su producción una vez asegurada la provisión para todos los estadounidenses, se distribuirá internacionalmente.

Argentina ya inició gestiones para ser tenida en cuenta a la hora de iniciarse ese reparto.

¿Cómo logra Estados Unidos llegar a producir vacunas a gran escala, al punto de van a sobrarle? Precisamente porque es un país que en tiempos de guerra puede entrometerse en ámbitos privados y decidir por las empresas.

Se hacía en las guerras mundiales, cuando a cualquier metalúrgica, productora de heladeras, bicicletas o lo que fuera, se la obligaba a fabricar armas.

Hoy hizo lo mismo, al propiciar un acuerdo entre dos laboratorios gigantes, Johnson & Johnson y MSD (Merck Sharp & Dohme), para que produzcan vacunas juntos.

Para quien no esté interiorizado, estas dos compañías son acérrimas rivales, algo así como Coca Cola y Pepsi, pero ahora deberán dejar de lado cualquier diferencia y trabajar juntas.

Es por detalles como el mencionado que la calificación de guerra se ajusta para describir lo que ocurre.

Orgullo y decepción

En esta carrera alocada, resulta magnífico el trabajo realizado por la comunidad científica, que logró desarrollar las vacunas a un ritmo inédito en la historia.

Para semejante hazaña, no apareció un genio solitario. Se pudo hacer porque los científicos actuaron en forma colectiva, de construcción conjunta y mediante la colaboración mutua. No había otra manera.

Los científicos sumaron saberes y esfuerzos por una causa común, sin distinción de países, razas o credos.

Lejos, muy lejos, están los políticos de seguir el mismo camino, sobre todo en países como el nuestro, donde hay sectores que celebran la muerte y alientan el caos, creyendo que allí podrán encontrar herramientas para debilitar al Gobierno y en consecuencia fortalecerse ante el electorado.

Es así que nacieron las marchas anticuarentena, las campañas antivacunas y estúpidos mensajes supuestamente libertarios, todos movimientos impulsados por un mismo sector mientras miles de compatriotas mueren.

No siempre se distinguen estas actitudes miserables en medio de la vorágine cotidiana. Pero la historia tomará nota de los comportamientos asumidos, y llegará el momento de rendir cuentas.

No será fácil hacerlo para quienes, incluso eludiendo las demandas de Dios y la Patria, tendrán que responder ante su propia conciencia.

El Esquiú.com

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