Desde la bancada periodística

Más que un triunfo

sábado, 17 de julio de 2021 01:52
sábado, 17 de julio de 2021 01:52

“El todo es mayor que la parte” enseña el axioma de Leibniz, antes postulado por otros pensadores, que se tomaron el arduo trabajo de probarlo, aunque pueda parecer una afirmación básica, producto de la lógica más elemental.

El sentido común lo ratifica sin mucho esfuerzo, pero ocurre, muy extraordinariamente, que la parte es más que el todo. Casi nunca sucede... pero sucede.

El último sábado, el país lo celebró cuando Argentina obtuvo la Copa América de fútbol, el certamen de selecciones más antiguo del mundo y el más importante del continente.

Con ese triunfo, Argentina quebró una sequía de casi tres décadas, interminable serie negativa que incluyó siete finales perdidas, y dio forma a una frustración colectiva tan gigantesca y pesada que ya se había convertido en un escollo más para nuestros deportistas.

Pero esta vez, en la hora de gloria, el conjunto quedó en segundo plano para ceder protagonismo a la individualidad.

Los argentinos festejaron la victoria, llevando su euforia a las calles como hacía tiempo no sucedía. Y lo cierto es que la gran mayoría se alegró, no tanto por el equipo que nos representa a todos, sino por una persona: Lionel Messi.

No le ocurrió sólo al pueblo argentino, futbolero como pocos, sino a los demás jugadores. Incluso ellos querían ganar para que Messi ganara.

Fue absolutamente conmovedor observar, cuando el partido terminó y Messi cayó de rodillas entre lágrimas, que todos sus compañeros corrieron instintivamente a abrazarlo: era su logro.

Messi fue esa noche más importante que Argentina: la parte era más que el todo.

Antecedente  

En deportes colectivos es muy inusual que algo así se presente espontáneamente. Para encontrar un antecedente hay que remitirse a otra enorme figura, Diego Maradona.

Diego también era más importante que el equipo, y se demostró tristemente en 1994, cuando fue excluido del Mundial de Estados Unidos por un extraño doping positivo.

Al conocerse la noticia, hubo gente llorando por las calles. Literalmente el país estaba de duelo, aunque Argentina seguía en el certamen, con dos presentaciones y dos triunfos. Ya a nadie le importaba.

Quien mejor lo expresó aquella vez fue el escritor Alejandro Dolina, un sabio contemporáneo que lo resumió maravillosamente: “Vivo esto con una gran tristeza, porque es ni más ni menos que la muerte de un gran sueño, un sueño mucho más grande que el de un campeonato mundial. Es el sueño del regreso de un héroe, vencedor de la muerte, vencedor de la adversidad, de la injusticia. Es muy difícil vencer al tiempo y Diego parecía que lo había logrado. Ese sueño del regreso, ese sueño imposible, se ve truncado ahora. Van a empezar seguramente los canallas y los miserables a regodearse y a felicitarse por esta desgracia. Hoy la gente ha llorado, los chicos han llorado por Diego... Y me pareció mucho más sincero ese llanto que la alegría fingida de los pelafustanes que esperaban que las cámaras los enfocaran para gritar triunfos sin demasiada importancia en el Obelisco. Yo estoy muy compungido, es un día de gran desgracia, porque, insisto, es mucho más que el fin del sueño de un campeonato mundial... Y voy a confesar algo: bien está que salga campeón Argentina, pero yo no sé si quería tanto que saliera campeón Argentina como que saliera campeón Diego. Yo quería que saliera campeón él”.

Messi campeón

Es exactamente lo que sentían millones de argentinos ante este nuevo desafío de la Copa América: querían que saliera campeón Messi.

Ese Messi que acarició la Copa del Mundo y se le negó en el último suspiro. Ese Messi que había caído en cuatro finales con la camiseta celeste y blanca, el mismo que batía todos los records posibles con Barcelona y aquí sólo hilvanaba tristezas.

Los argentinos y muchos otros amantes del fútbol querían que ganara por una razón muy sencilla: lo merecía.

No era posible que el mejor futbolista del planeta se retirara sin consagrarse con la camiseta que más quería, el destino no podía imponer semejante despropósito.

Porque en el campo de juego Messi, además de un talento único y casi sobrenatural, había desplegado siempre buenas armas. No pega, no finge faltas, no simula estar dolorido, no les falta el respeto a los rivales, no tiene un solo gesto de soberbia a pesar de que sus condiciones lo ubican varios escalones por encima del resto.

Fuera de los campos de juego es pura humildad, defiende a sus compañeros, tiene una conducta intachable, es solidario, generoso, noble, y carga sin estridencias la fama y la fortuna que supo ganarse.

Nadie se mantuvo tanto tiempo en la cumbre de la elite deportiva mundial, nadie quebró tantas marcas como él, que obligó a reescribir estadísticas de más de un siglo con inverosímiles logros.

Más que un triunfo

Por todo eso, consiguió más que un triunfo. Porque le añadió a la victoria el mérito de la superación, de la perseverancia, de dejar atrás las caídas para ponerse una y otra vez de pie.

Porque detrás del ídolo que hoy se ve hubo un luchador que llegó hasta donde está. Que enfrentó las desventajas de nacer con problemas de salud, la dureza de abandonar su hogar y su terruño siendo niño, la hostilidad de odiadores anónimos siempre atentos para defenestrarlo.

Se sobrepuso a todo y encontró su premio. No será un Mundial, pero casi... dicen que el tamaño del héroe se define por la estatura de su adversario. Y él se coronó ante la Selección más exitosa de la historia en su propia casa: Brasil en el Maracaná es una conquista imposible de minimizar. Allí levantó la Copa. Su Copa.

De algún curioso modo, las derrotas anteriores enaltecen y enriquecen la celebración final. Porque la adversidad y las dificultades previas le otorgan al éxito un sabor mucho más fuerte.

Se cuestionará por qué darle tanta trascendencia. Al fin de cuentas es sólo fútbol, es un juego y nada más.

Pero ese juego tiene la mágica capacidad de llenar de felicidad a un pueblo entero, y en horas como las que corren, entre tanto dolor, angustia y muerte, eso alcanza para otorgarle un gran valor.

Messi es campeón. Bienvenido al altar que los argentinos conservan para reconocer a quienes les dan alegría sin pedirles nada a cambio.

El Esquiú.com

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