Desde la bancada periodística

El dilema del discurso de campaña

sábado, 14 de agosto de 2021 02:16
sábado, 14 de agosto de 2021 02:16

Ninguno la tiene fácil. Candidatos oficialistas y opositores se enfrentan por estas horas a un mismo dilema, que pasa por definir un discurso de campaña para enamorar a un electorado indiferente, hastiado y casi ajeno a las disputas de la clase política.

Era previsible que se llegara a este punto, luego del extremo enfrentamiento entre kirchneristas y macristas que incorporó el odio a la discusión política, anulando los debates para instalar posturas irreconciliables, confrontativas y descalificadoras.

Nadie duda de la relevancia de los mecanismos democráticos ni del valor de una renovación legislativa, pero -mal que les pese a los dirigentes partidarios- a la abrumadora mayoría de la población la tiene sin cuidado quién ocupe las bancas en disputa.

Fuera de los candidatos involucrados y sus círculos más cercanos, no existe ciudadano que objetivamente piense o crea que algún aspecto de su vida vaya a cambiar según cómo se acomoden mayorías y minorías en esta compulsa.

Las fuerzas políticas lo saben, y por eso interpretan como clave de la campaña hallar un mensaje capaz que quebrar las barreras y llegar a la ciudadanía.

Es diferente el escenario a nivel provincial y nacional, pero el problema es el mismo. Aquí el oficialismo descansa sobre su propia contextura física, una solidez consolidada tras una década en el poder, realidad que le deja a mano un sinnúmero de herramientas que la oposición, todavía desmembrada y en transición a un nuevo liderazgo, no tiene.

Es un escenario proporcionalmente inverso al de fines de los ‘90, cuando el Frente Cívico y Social transitaba estos menesteres con la clara ventaja de enfrentar a un peronismo maltrecho.

A nivel nacional la contienda es más equilibrada, y el hecho de que el dominio de la Casa Rosada haya cambiado de signo partidario dos veces en apenas seis años, desarticula los clásicos argumentos de unos y otros.

¿Cambiar qué?

El caballito de batalla de casi todas las elecciones es la propuesta de cambio. Un cambio entendido como superación, pero que también se apoya en la idea tácita de que el presente no es bueno o podría ser mejor.

La fórmula ha funcionado por siglos en todas las latitudes, porque siempre se hallarán descontentos o inequidades para proponer un golpe de timón hacia un futuro de felicidad.

Pero este no es el caso. El discurso del cambio se agotó con la excursión del macrismo por el poder. Porque fue precisamente el eje de su éxito, y lo malograron tan rápidamente, que no hay tiempo de reciclarlo, entre otras cosas porque los actores son los mismos que fracasaron.

No fue casual que el nombre de la alianza “Cambiemos”, victorioso en 2015 y 2017, se haya desechado abruptamente en 2019. No podía sostenerse desde la lógica ni desde la experiencia.

Juntos por el Cambio, la nueva versión, debutó con derrota en 2019, pero en este punto ya no puede modificarse porque se correría el riesgo de perder toda identidad. Y al fin de cuentas tiene su caudal de votantes asegurado.

También el peronismo tiene su fuerte piso de votos como un capital inalterable, pero esas voluntades cautivas o militantes, no son la presa que se sale a buscar en las campañas.

                                                                                                                                                             

La avenida del medio

Los peronistas/kirchneristas votarán por el peronismo y los radicales, macristas o antiperonistas votarán por el principal frente opositor.

La cuestión es que esos votos garantizados no alcanzan para asegurar el triunfo, de manera que unos y otros deben hablarle al electorado independiente, al más crítico y más apático, al desencantado o desinteresado con respecto a la política.

Es un público complejo, porque ni siquiera se siente representado en la antinomia planteada en los últimos años. Pero hasta aquí las declaraciones cruzadas no salen de ese esquema: unos señalan inequidades y los otros les recuerdan las inequidades de su paso por el poder.

Ninguna fuerza logra dar en la tecla para darle cierta épica a su relato, o para hallar el punto que pueda generar empatía. Ni desde la argumentación ni desde el plano emotivo que, se sabe, muchas veces es más efectivo que la razón.

Antecedentes

En 2011 el peronismo quebró la hegemonía radical de 20 años en la provincia ayudado por el desgaste natural de un oficialismo que se había desconectado de la ciudadanía.

En 2015, el macrismo aprovechó también el peso de 12 años de gestión nacional, para poner el acento en el fantasma de la corrupción, y en ambos casos la propuesta de cambio fue vital.

Cambiemos, además, lanzó una enorme artillería advirtiendo sobre un inminente fraude (hasta Eduardo Brizuela del Moral lo mencionó en el debate de candidatos en 2015), magnificando un cuestionamiento en Tucumán, que había anticipado sus comicios, y la jugada -aunque malintencionada- le dio excelentes dividendos. Naturalmente, consumado el triunfo no se volvió a mencionar la palabra fraude.

Más atrás, la Alianza de Fernando De la Rúa proponía terminar con la “fiesta” menemista y retomar el orden, pero también allí tenía una década de dominio justicialista-neoliberal para atacar.

La alternancia extrema de estos últimos años deja a los contendientes con sus desaciertos demasiado frescos y expuestos como para acusar livianamente al otro.

En el medio, una pandemia inédita que se debilita como herramienta, porque tras 20 meses de lucha sanitaria, a fuerza de repetición, elogios y críticas se licuan en la atención popular.

Los esfuerzos opositores por crear malestar a partir de la “restricción de libertades”, las campañas antivacunas y anticuarentena no tuvieron impacto, porque el ciudadano promedio valora los esfuerzos realizados por contener el virus; pero estas acciones positivas tampoco asoman como determinantes para inclinar la balanza.

Deja vu

Así planteado el panorama, en el arranque de la campaña solo se observan repeticiones de los mensajes que se vienen sosteniendo, enfocados casi exclusivamente en señalar las miserias del otro bando.

Siguen brillando por su ausencia las propuestas, las ideas, las iniciativas concretas.

Los candidatos aluden vagamente a conceptos etéreos como “tenemos muchos proyectos”, sin mencionar ninguno, o a cruzadas verbales del estilo “vamos a defender a Catamarca”, “vamos a luchar por los catamarqueños”, sentencias de Perogrullo sin mayor contenido.

Las posibilidades de que algo se modifique en las cuatro semanas que restan son escasas y, desplazada la dialéctica, la tarea partidaria dedicará sus esfuerzos al desparramo de golpes publicitarios, movilización de aparatos y utilización de recursos frescos para inclinar voluntades con ayuda directa.

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Comentarios

15/8/2021 | 08:59
#149006
Una columna periodística soberbia, con un análisis concienzudo y totalmente cierto. Sin bandería alguna y mostrando una objetividad que admiro, porque es digna de ella. Fuera de los candidatos y sus círculos más cercanos, no existe ciudadano que piense o crea que su vida vaya a cambiar según quien gane...sería en síntesis esa primera frase destacable. El caballito de batalla de los discursos es que el presente no es bueno o podría ser mejor! Con un gran ahorro de palabras, lo sintetizan así. TAL CUAL ES. ...el plano emotivo es más efectivo que la razón. Otra frase para recordar. Y casi al final, el clavo remachado a la oposición, un oximoron : Siguen brillando por su ausencia las propuestas, las ideas, las iniciativas concretas. 10 puntos y felicitado. La próxima vez...que lo firme el autor para seguirlo.

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