El Secretario

viernes, 28 de enero de 2022 00:59
viernes, 28 de enero de 2022 00:59

Fue la noticia del día. Sin dudas. El empresario Cristian Guillou produjo una usurpación en un local que, en el pasado fuera de su propiedad y fue imputado por el fiscal Costilla. El escándalo se inscribe dentro de las negociaciones que el exfuncionario sostuviera con la financiera que creó Adhemar Bacchiani y que determinaron la venta de Wika, local comercial que supo hacer furor y que funciona en las estribaciones de El Jumeal. Conforme a lo denunciado, señaló Guillou que no se completó el pago, pero no dio grandes detalles de la operación, la que incluiría el depósito de dinero en la financiera que, como se sabe, paga extraordinarios dividendos a sus clientes que, en Catamarca, se cuentan por miles.

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En la transacción que llevaron adelante Guillou y Bacchiani, cabe destacarlo, no existen dineros públicos, por lo tanto fue una cuestión entre privados alentada públicamente desde El Ancasti, un diario que desde largo tiempo lleva adelante una campaña de desprestigio contra la financiera -la prolongó a través de uno de sus periodistas en las redes sociales- y que hace 72 horas se animó a poner el diferendo en su portada. La posición del diario, inicialmente, comenzó explicando a sus lectores que depositar dinero a cambio de un interés desmesurado rozaba los límites de la estafa, pero no aclaró que la financiera no pedía dinero a nadie y era la gente que, por voluntad propia, producía los depósitos.

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Después de explicar los peligros que acarreaba para los depositantes ganar dinero fácil –se pagan tasas de hasta el 20% mensual-, desde la editorial habrían ofrecido silencio –quizás a cambio de alguna compensación-, que no era precisamente una pauta comercial. Como hubo negativa del famoso Bacchiani, el diario redobló críticas y al final terminó promocionando con letras de molde un negocio entre privados y lo único que logró fue que la Justicia imputara a uno de los eventuales clientes de una financiera que mueve fortunas de dinero. En ese sentido, no nos preocupan los poderosos que buscan acrecentar sus fortunas, sino la gente pobre que pudo haber realizado una operación sin medir consecuencias. A esa gente sí que no hay que fallarle porque puede “arder Troya”.
El Esquiú.com
 

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