Desde la bancada periodística

Aunque ganes o pierdas

sábado, 10 de diciembre de 2022 01:18
sábado, 10 de diciembre de 2022 01:18

En menos de diez días, de no mediar ningún imponderable, Lionel Messi se convertirá en el futbolista con más partidos disputados en la historia de la Copa del Mundo. El record lo tiene actualmente el alemán Lothar Matthaus con 25.

Messi llegó a este mundial con 19 partidos y tenía una sola posibilidad de superarlo: jugar los siete encuentros, máxima cantidad a la que puede aspirar una selección en la competencia. Hacerlo, claro, no es sencillo, se necesita ubicarse entre los cuatro mejores del mundo, entre los 32 países participantes.

Messi lo hizo, por segunda vez. Una hazaña descomunal, fruto de una serie de batallas en las cuales debió sortear una innumerable cantidad de obstáculos.

De aquel niño que debía inyectarse todas las noches para superar un problema hormonal que le impedía crecer, a este astro del deporte mundial que se mantiene desde hace dos décadas en la elite del rendimiento, hay una historia de superación extraordinaria.

En esta Copa Mundial de Fútbol que se desarrolla en los desiertos cataríes como inédito escenario, quizás la última oportunidad para que Messi conquiste la gloria máxima, el equipo entero parece encarnar la lucha del capitán.

Todo ha sido hasta aquí dificultad, problemas y sufrimiento. Un escollo detrás de otro, sin tregua, sin piedad.

Argentina, que sufrió tres goles anulados, terminó cayendo impensadamente en su debut ante la ignota Arabia Saudita, y allí parecía que el sueño se transformaba en pesadilla.

El Messi de las finales perdidas, de la cabeza baja y las manos en la cintura, hacía presagiar para muchos el inicio de otra frustración.

Increíblemente, dos horas después del esperado debut, Argentina quedaba sin margen de error: desde el segundo partido, todo sería cuesta arriba. Un nuevo traspié era la eliminación directa.

Y Messi apareció, y sus compañeros, casi todos niños de primaria cuando él ya era una figura internacional, lo ayudaron.

Argentina tuvo momentos de fútbol, ese buen juego que a veces se pudo desplegar y a veces no. Pero le sobró corazón, garra, entrega.

Y vencieron a México para seguir respirando, y vencieron a Polonia para clasificar como primeros del grupo.

Messi se sobrepuso a un penal malogrado y condujo a la victoria.

En la fase más dramática, de elimiación automática, llegó primero Australia, y el equipo sacó una cómoda ventaja, pero luego vino el descuento australiano y fue otra vez sufrir hasta el final.

Llegó el turno de Holanda, un viejo conocido, un rival peligroso. Tan peligroso que ya chocaron seis veces en mundiales y nunca, ni una vez, Argentina pudo ganarle en los 90 minutos.

Parecía que se iba a cortar la racha. Argentina, tras algún pasaje de intrascendencia, impuso su juego, sacó dos goles de ventaja y, por fin, se encaminaba a una tarde tranquila. Pero no fue así. Todos los fantasmas juntos reaparecieron.

Faltando apenas ocho minutos Holanda descontó. Se aguantó hasta el final pero se adicionaron diez minutos más, una eternidad, y en la última sucedió lo impensado. Se nos quemó el rancho.

Holanda empató, llegó el alargue con gran presión argentina pero sin suerte. Penales. Otra vez Argentina saca dos goles de distancia, y una vez más Holanda empata.

Máxima tensión hasta el gol decisivo en el último disparo. Desahogo, festejo, ilusión renovada, euforia en todo el país.

La maravilla

Messi vuelve a conducir a Argentina a la definición de un mundial.

Lo hace como el jugador con más presencias en la historia del equipo nacional, como el argentino con más partidos en mundiales, como el máximo goleador albiceleste en mundiales, como el goleador absoluto de un conjunto que tiene 120 años de historia.

Siete veces ganador del Balón de Oro, es el deportista con más records alcanzados en la historia del deporte (no sólo del fútbol).

No tiene hoy la velocidad sobrehumana de hace diez años. Es menos frecuente verlo apilar rivales en esas carreras alocadas en las que nadie podía detenerlo.

Es otro jugador, más pensante, más técnico, más estratega. Y aun así, es también en este certamen el máximo goleador argentino y está a solo un gol del máximo artillero del Mundial.

Simplemente es Messi, que ganó la medalla de oro olímpica, el Mundial Juvenil con Argentina, cuatro Champions League entre otras decenas de títulos con Barcelona y una Copa América contra Brasil en el Maracaná.

El deportista que a menos de un lustro de los 40 años sigue deslumbrando al planeta, el que jamás simula un golpe, jamás recrimina a un compañero, el mejor futbolista del mundo.

Reconocimiento

¿Por qué se hace necesario repasar, muy a grandes rasgos, los logros del capitán argentino?

Porque créase o no, todavía existen en su propia tierra, quienes lo cuestionan. Hay detractores que lo castigaron durante toda su carrera, y que incluso están a la espera de un nuevo tropiezo para saltar sobre él.

“Pecho frío”, suelen decirle, con la misma capacidad de análisis y conocimiento de quienes consideran que los dibujos de Picasso los puede hacer un niño de cinco años.

Quedan dos partidos en este Mundial para Messi y la Argentina. El primero será el martes ante Croacia, actual subcampeón del mundo. El último podrá ser la finalísima o el partido por el tercer puesto, según la suerte que se presente ante Modric y su conjunto.

Todo puede pasar. No hay deporte más impredecible que el fútbol, donde la categoría, la experiencia e incluso los méritos no son garantía de éxito. Los más poderosos pueden quedar afuera ante el rival menos pensado.

Que lo digan sino Alemania, España o el propio Brasil, ultrafavorito que está volando de regreso a casa.

Argentina puede ganarle a Croacia y también puede perder. Pero a esta altura de la historia, ya no caben cuestionamientos para Messi.

Ha cumplido una carrera tan brillante, con esfuerzos tan conmovedores, que su espíritu de lucha está ya por encima de los talentos naturales que lo distinguen.

Se debe poner punto final a la comparación eterna con el recuerdo de Diego Maradona, se deben dejar atrás polémicas inútiles y a cambio de ello disfrutar el hecho de que dos de los más grandes futbolistas de todos los tiempos lucieron la camiseta que más amamos; en este país donde el fútbol -atado a los sentimientos de la mayoría de los argentinos- moviliza más allá de lo comprensible.

Si por una vez se valora el esfuerzo, si por una vez este equipo logra que se deje atrás el exitismo crónico, Argentina habrá conseguido en el Mundial de Qatar un logro tan significativo como la conquista de la ansiada Copa.

El Esquiú.com

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