El Secretario
El anuncio del gobernador Raúl Jalil sobre la existencia de un par de proyectos para avanzar con una reforma judicial en la Provincia, revelado días atrás en declaraciones periodísticas, abrió un amplio abanico de reacciones con las más variadas posturas. Hubo automáticos rechazos entre la denuncia de oscuras intenciones de avasallar a un poder independiente, a tono con habituales miradas opositoras. Hubo acompañamientos incondicionales que celebraron la decisión y se apresuraron a respaldarla. Y las aguas comenzaron a dividirse como suele ocurrir ante el planteo que sea.
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En ese escenario, una voz calificada como la de María Fernanda Rosales Andreotti, la más joven presidenta que tuvo la Corte de Justicia local en su historia, vino a aportar una cuota de razonabilidad. La magistrada no planteó rechazo alguno a la intención de promover determinados cambios tendientes a mejorar el funcionamiento de uno de los tres cimientos del poder republicano. Pero tampoco abrazó con entusiasmo la ola reformista, por la sencilla razón de que carece de información suficiente sobre las modificaciones que se quieren implementar. Dejó así la puerta abierta a una reforma, pero sujeta a un debate previo, amplio y profundo.
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“En principio no conocemos los temas que incluiría la reforma y en qué consistiría el proyecto superador (…) es difícil opinar sobre eso porque no lo conocemos, por ende, no sabemos cuáles son los puntos ni en que consistirían específicamente las reformas (…) es auspicioso que se discuta sobre cómo podemos mejorar el sistema judicial. Creo que este tema necesita de una discusión pública y profunda, basada en datos y diagnósticos que deben realizarse en conjunto con los operadores del sistema judicial. Aquí incluyo no únicamente a quienes trabajamos dentro del Poder, sino también a los abogados y abogadas y por supuesto también debemos escuchar la voz de las asociaciones civiles, asociaciones de víctimas y distintos colectivos que tienen incidencia”. Esas palabras resumen su postura. Tan sencillo como escuchar primero y opinar después. Tan básico y elemental, como inusual en la vorágine política de nuestros tiempos.
El Esquiú.com