Desde la bancada periodística

Un ministro asesinado y dos meses con más preguntas que respuestas

viernes, 3 de febrero de 2023 02:53
viernes, 3 de febrero de 2023 02:53

Hace exactamente dos meses, Catamarca despertaba con una soprendente y nefasta noticia: el ministro de Desarrollo Social, Juan Carlos Rojas, había sido hallado sin vida en su domicilio.


La repercusión fue inmediata en diferentes ámbitos, porque “Rojitas” integraba el gabinete provincial en su más alto nivel, porque había sido legislador, y sobre todo por su extensa trayectoria gremial.


Hubo muestras unánimes de tristeza y respeto, en una de esas contadas ocasiones en las cuales las diferencias políticas quedan relegadas como un detalle sin importancia, ante la tragedia humana y el dolor de familiares y amigos.


Se informó que el ministro apareció muerto en su casa, que se encontraba solo, que no se podía a simple vista determinar con precisión la hora del deceso.


Se pensó en una descompensación, quizás un desvanecimiento y una mala caída, quizás un infarto. Había diversas especulaciones, pero todas enmarcadas en la carátula que se presentó desde el primer momento: “muerte natural”. Apenas 24 horas después, todo cambiaría.

“Lo mataron”

Con sus más de 80 años, Luis Barrionuevo es quizás la figura política más longeva de la escena nacional. Apareció allá por los años ‘70, y ganó una trascendencia que nunca abandonó. Hábil para moverse en ámbitos complejos, supo de funciones ejecutivas y legislativas, dominó el campo empresarial y hasta presidió un club de fútbol.


Vehemente y frontal, a veces involuntariamente torpe con sus declaraciones y otras deliberadamente torpe para asegurarse el efecto deseado, con sus virtudes y defectos transitó las fases más disímiles de la historia reciente de la Argentina.


Se bancó el tramo final de la dictadura, ocupó un rol discreto en los años del alfonsinismo, cuando las caras más visibles del sindicalismo eran Saúl Ubaldini y Lorenzo Miguel, y con la llegada de Carlos Menem al poder pasó al estrellato. Fue menemista a ultranza, luego antikirchnerista, más tarde tuvo algún coqueteo con Mauricio Macri -cuando fue fugazmente interventor del PJ nacional- y se acomodó en un rincón menos belicoso con el albertismo.


En su Catamarca natal desembarcó pisando fuerte en los ‘90, ya con su poder político y económico como principal arma de seducción. Fue candidato a gobernador proscripto por una tramolla judicial que terminó en la recordada quema de urnas y se posicionó como opositor en el regreso del peronismo, incluso enfrentándolo en las urnas por su visceral rechazo a los K, hasta que Lucía Corpacci supo limar asperezas y sellar una reconciliación que se extendió y profundizó con Raúl Jalil.


Sirva el preludio para recordar que Barrionuevo no es un cuatro de copas. Tiene voz, y su voz se oye en todas partes.
Luis era más que amigo de “Rojitas”: eran compañeros de vida. Rojas caminó codo a doco con el líder gastronómico más de cuarenta años.


Cuando le llegó la noticia de la muerte de Rojas, Luis hizo lo único que podía hacer: subirse a un avión y viajar de urgencia a Catamarca. Hasta allí lo normal, venía a despedir a su amigo y acompañar a la familia. Pero cuando se acomodaba todo en la sede de UTHGRA de calle Prado, con el gobernador Raúl Jalil a su derecha, Luis habló.


El cuerpo del ministro todavía no estaba allí. Se esperaban palabras de afecto, sentidas, pero lógicas por la ocasión. Y Barrionuevo tiró una bomba:

“Mis sospechas están dando de que a él lo mataron, y seguramente fue alguien de confianza”

Ni por un segundo Barrionuevo aceptó la teoría de la muerte natural. Dijo, palabras más, palabras menos, que le habían partido el cráneo y que no había manera de que esa herida se la hubiera hecho solo, como al caer de un segundo piso.

Conmoción

A partir de allí la conmoción fue total. Se dio marcha atrás con el informe inicial, se hizo una segunda autopsia, y los exámenes forense confirmaron la peor noticia. Se trataba de una muerte violenta, un crimen.


La tristeza dio paso al estupor: en tiempos de paz y democracia, un ministro provincial había sido asesinado.
¿Quién? ¿Por qué? Las incógnitas iniciales aún perduran. Dos meses después parece no haberse avanzado. Los grandes misterios y dilemas que rodean al caso siguen intactos, e incluso se multiplicaron.


Rojas era quizás el funcionario provincial de primer nivel que vivía en forma más modesta. Vivía en la misma casa de siempre, con el mismo auto de siempre, rodeado de las mismas personas. Nunca un gesto de ostentación, no era un potentado económico, no tenía enemigos conocidos. Era un vecino más.


Hubo una rápida detención, de la mujer que lo ayudaba con las tareas domésticas, en torno a quien se abrieron también diversas especulaciones sobre la relación que mantenía con él. Como fuere, tan rápido como la detuvieron debieron otorgarle otra vez la libertad, por inconcebibles negligencias en los trámites procesales.


Dos meses ya. Nueve semanas han transcurrido desde entonces.


No hay certezas, ni se conoce la marcha de las investigaciones que procuran reconstruir las últimas horas de “Rojitas”.
Se recabaron muchos testimonios, se barajan todavía diferentes hipótesis, pero fehacientemente nada se puede aseverar.
Se aguarda el resultado de otras pericias, las iniciadas en teléfonos móviles, computadoras e imágenes captadas por cámaras de seguridad, con la esperanza de que puedan allí hallarse rastros que conduzcan al o los culpables.


Los días que transcurren son desalentadores, porque ratifican que el camino a desandar es más espinoso de lo que se esperaba.
La idea de que el crimen tenga vínculos relacionados con alguna de las funciones de Rojas, sea política, sea gremial, generan más inquietud.


Un ministro catamarqueño fue asesinado, y no hay certezas de lo que le sucedió.


Todo acto de esta naturaleza requiere respuestas de la Justicia sin importar de quien se trate.
Pero aquí la sociedad entera merece una explicación, pasa el tiempo y de momento no hay señales de que alguien pueda ofrecerla.

El Esquiú.com

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