El Senado nacional volvió a reunirse en el recinto después de un eterno e injustificado letargo (no sesionaba desde noviembre del año pasado), y el encuentro duró apenas una hora. Resultó plenamente improductivo porque todo lo que hicieron fue discutir la lista de los temas a tratar y como no se pusieron de acuerdo no trataron nada. La oposición se retiró, el cuerpo quedó sin quórum y se terminó la jornada. El Senado de la Nación, entre sus privilegiados ocupantes y su legión de empleados, traga anualmente 25.000 millones de pesos del Presupuesto, una fortuna que bien permite a la ciudadanía exigir algo más de sus legisladores.

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Hasta ahora no es posible, porque siguen en un callejón sin salida creado por sus rencillas y diferencias, como prueba cabal de que son incapaces de debatir con madurez y seriedad. Porque, por naturaleza y definición, allí deben escucharse diferentes voces.

Pero no saben hacerlo. Fueron devorados por el enfrentamiento irracional que caracteriza a la mayor parte de la clase política en los últimos años. De otra manera no puede aceptarse que se frustre una sesión por una discusión de agenda. Eso es inaudito porque para ello, en el Congreso y en todas las legislaturas y concejos deliberantes del país, antes de la sesión se realiza una pequeña reunión donde se define la agenda a tratar. Son reuniones de labor parlamentaria para que cada uno se prepare y sepa de qué va a discutir. En el Senado nacional no se hace una reunión de este tipo hace nueve meses.

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Se llega a estos penosos extremos de ineptitud porque el problema no es la agenda de temas ni la reunión previa: el tema es que en lugar de representar a sus provincias y defender los intereses de quienes los votaron, están cautivos de si favorecen o perjudican a Cristina, de la agenda judicial y del circo mediático que se les ofrece en cada sesión. Un papelón más en la larga lista, de este cuerpo que tanto cuesta en una Argentina llena de necesidades.

El Esquiú.com