Desde la bancada periodística

La Guerra Fría no terminó

sábado, 12 de agosto de 2023 02:23
sábado, 12 de agosto de 2023 02:23

La guerra en Ucrania es la primera “triple” guerra en la historia europea: una guerra civil (entre el gobierno de Ucrania con una parte de su población de la región de Donbás); una guerra entre Rusia y Ucrania; y una proxy war (los países occidentales apoyan a Ucrania militar, política y económicamente, comparten la información de sus centros de Inteligencia, mientras Rusia, desde 2014, lo ha estado haciendo con la población pro-rusa en Crimea y en la región de Donbás).


La lección más obvia de la guerra provocada por la invasión de Ucrania es que pudo evitarse. La invasión rusa fue consecuencia del fracaso de Rusia a la hora de influir en Ucrania (ambición del Kremlin desde la desintegración de la Unión Soviética), y del fracaso de Ucrania y de sus aliados, al tratar de disuadir al Kremlin. También ha fallado el uso de los sistemas de gestión de crisis para evitar un conflicto militar.


La lección más importante de este conflicto es que, si Rusia ganara y consiguiera cambiar las fronteras por la fuerza, obligaría a definir otros principios en los que basar el orden internacional para un mundo más cómodo para las autocracias y los enemigos de la democracia liberal.


Las lecciones más decepcionantes para el Kremlin atañen a sus expectativas fallidas. Cabe destacar como más importantes que la UE no iba a ser capaz de aprobar por unanimidad sanciones contra Rusia, pero, sobre todo, que la dependencia energética del gas ruso frenaría cualquier acción política, como lo hizo en 2008 cuando Rusia invadió Georgia, o en 2014, cuando se anexionó Crimea. El colapso de los lazos energéticos con Europa supuso una decepción especialmente dolorosa para Moscú. Estos lazos, creados y nutridos por los líderes rusos incluso durante los tiempos de la Guerra Fría, eran percibidos como una garantía de relaciones estables con Europa (al contrario que las relaciones con EEUU). Además, el Kremlin se basó en la presunción de que en Europa no existía una alternativa comercial al suministro de gas ruso. Muchos en Moscú contaban con que el “arma energética” de Rusia, es decir, la posibilidad de cerrar “la espita del gas”, impediría que Europa rompiera del todo con el Kremlin.

Esta expectativa también ha fracasado. Las decisiones de la UE al respecto –cortar las importaciones de petróleo y carbón rusos e imponer restricciones (que prescriben una prohibición gradual de las importaciones de gas)– pusieron fin a un vínculo material histórico entre Rusia y Europa. La destrucción del oleoducto Nord Stream 1 por de un acto de sabotaje cometido en septiembre de 2022, cuya autoría aún no está clara, encarnó el colapso de la interdependencia energética.


Tampoco se ha materializado la expectativa de que los actores económicos occidentales, actuando en defensa de sus propios intereses, mitigarían las consecuencias de los enfrentamientos geopolíticos. Por el contrario, las reservas de divisas soberanas y activos comerciales privados han sido congelados, y Rusia, prácticamente, ha sido excluida de las transacciones financieras a realizar en monedas occidentales. 


El Kremlin consideró la desastrosa retirada de EEUU de Afganistán a lo largo de 2020 y 2021 como un síntoma de la debilidad de Washington y de su disposición a mantener la Pax Americana, contando además con su indiferencia hacia la suerte de Europa, a causa de su cada vez más prioritaria rivalidad con China. Sin embargo, Washington ha vuelto a demostrar que la frontera oriental de Europa constituye la primera línea de defensa de EEUU, tanto hoy como durante la Guerra Fría.


Otra de las expectativas no cumplidas del Kremlin es que la disuasión nuclear funcionaría como en tiempos de la Guerra Fría, imponiendo a EEUU y a la URSS un equilibrio del terror que les obligaría a resignarse a una coexistencia sin conflicto militar directo. A pesar de la apelación de varios políticos rusos al armamento nuclear, los occidentales lo consideran impensable, debido a las consecuencias suicidas de su uso, y dado que no garantizarían en absoluto la victoria de Moscú en Ucrania. Estas expectativas fallidas, unidas al desmentido de la más importante (que los ucranianos no iban a oponer resistencia a la invasión) han hundido la estrategia inicial de Putin y su entorno político-militar.


Además de estas expectativas fallidas, Moscú está decepcionada por la reacción de los países del espacio post-soviético. Sólo Bielorrusia se ha puesto de su lado y le está dando un apoyo real. Todos los demás aliados adoptaron una postura neutral. Desean así evitar el deterioro de sus relaciones con EEUU y Occidente y aprovechar el debilitamiento.


Por primera vez en su historia, Rusia no tiene aliados en Occidente.


Hay que reconocer, no obstante, que el intento, por parte de EEUU y la UE, de integrar a Rusia en las instituciones internacionales democráticas, tras el final de la Guerra Fría, fue una anomalía causada por el espejismo de un “fin de la Historia” más que por la voluntad de consolidar una relación pacífica duradera entre Occidente y Rusia. 


La incapacidad de Rusia para resolver rápidamente los problemas de la “operación militar especial” ha reducido drásticamente las estimaciones del poder militar ruso en muchos países occidentales. Rusia ha sido humillada, pero no derrotada. Ha sido debilitada económicamente, pero no lo suficiente como para retirarse de la contienda. Las esperanzas de que el aislamiento de Rusia produjera un cambio de régimen y la desaparición de Putin no se han cumplido. 


La guerra de Ucrania demuestra que Occidente ya no va a tolerar las ambiciones imperialistas rusas. Sin embargo, el “sur global” contempla esta guerra como un asunto europeo y no como una violación del orden internacional del que forman parte. La irreversible ruptura entre Occidente y Rusia le empuja estrechar los lazos con China y la India, países con los que no mantendrá una relación estratégica similar a la que tuvo con EEUU desde la Segunda Guerra Mundial, pero intentará reconstruir una estabilidad estratégica y continuar siendo un actor internacional.


En el caso de Occidente, al comienzo de la guerra y debido a una sobrevaloración de las capacidades militares y estratégicas rusas, se dudaba de la idoneidad de Volodimir Zelensky para liderar una defensa eficiente de Ucrania, así como de las posibilidades que tenían los ucranianos de defenderse de un enemigo superior en número y armamento.


Sin embargo, la extraordinaria voluntad ucraniana de victoria, unida a la decisiva ayuda económica y militar del Reino Unido, la UE y EEUU, ha sido fundamental para frustrar los objetivos de la llamada “operación militar especial” (derrocamiento del gobierno de Volodimir Zelensky, conquista del país, imposición de un gobierno títere afín a Moscú, y colapso del acercamiento ucraniano a la UE y a la Alianza Atlántica).


Los países europeos se han centrado en operaciones de gestión de crisis en el extranjero. La mayor guerra en el continente desde el final de la Segunda Guerra Mundial está cambiando decisivamente este enfoque y exige centrarse en la defensa territorial y en construir un nuevo modelo de disuasión.


La ruptura de las relaciones económicas y energéticas entre Europa y Rusia ha marcado el final de la Ostpolitik, es decir, de la confianza en que las relaciones comerciales puedan y deban suavizar las relaciones políticas. A pesar de las dificultades y la subida de los precios de la energía, la UE ha sido capaz de mantener su unidad en el apoyo a Ucrania y de ir disminuyendo drásticamente su dependencia de los hidrocarburos rusos, aunque deberá probarlo en el invierno de 2023-2024, cuando la UE deje por completo de importar gas y petróleo ruso.


Entre las lecciones históricas, cabe destacar que no ha habido un fin de la Historia, ni siquiera en forma de un final de las ideologías. El auge de regímenes autoritarios y revisionistas como los de China, Rusia, Irán y Corea del Norte, entre otros, demuestra lo contrario. El final oficial de la Guerra Fría no supuso el final de la rivalidad entre las grandes potencias. Tampoco se ha producido una desintegración pacífica de la Unión Soviética. 


La guerra en Ucrania ha entrado en una fase de desgaste, y lo más probable es que se prolongue por mucho tiempo. Tanto Ucrania como Rusia lo consideran una cuestión de supervivencia: Ucrania, por motivos obvios; y Rusia, por temor a la desintegración del país y por la mera supervivencia del régimen. Ambos países consideran que pueden ganar la guerra. Los dos actores se preparan para una ofensiva en primavera.


No habrá una victoria definitiva de ningún actor en la contienda. Muchos analistas consideran que, toda vez que ninguna parte está dispuesta a hacer concesiones territoriales, el final de la guerra en Ucrania será una división del país al estilo de las dos Coreas.

El Esquiú.com

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