Apuntes del documental sobre María Soledad
Fin del silencio
Se estrenó en la plataforma Netflix, con una gran respuesta de la audiencia, el filme “María Soledad, el fin del silencio”, dirigido por Lorena Muñoz. Técnicamente es un trabajo muy bien hecho, que sigue la línea clásica del documental, con imágenes de archivo alternadas con testimonios. No hay un narrador en off, sino que el relato se va construyendo a partir de las entrevistas, donde algunas excompañeras de escuela de María Soledad Morales comparten protagonismo con la religiosa Martha Pelloni, la periodista Fanny Mandelbaum y el fiscal del caso en los juicios, Gustavo Taranto. La película repasa el crimen de María Soledad y lo que generó, planteándolo como “primer femicidio” y supuesto preludio de lo que hoy es el movimiento Ni Una Menos, una conexión elegante y efectiva aunque sin mayor sustento, ya que ni fuel el primer femicidio ni existe vínculo real entre un episodio y otro: la figura del femicidio en el país nació casi un cuarto de siglo después. Lo más valioso de la película es la conmovedora experiencia de las compañeras de curso de María Soledad, adolescentes al momento del horrendo hecho y hoy mujeres de más de 50 años, que reviven con dolor y amor el espanto que debieron transitar. En conjunto es un documental de gran calidad, con impacto y repercusión aseguradas por la naturaleza del caso que aborda.
Los problemas
Los problemas de la película pasan por la innumerable cantidad de inexactitudes y falacias en las que se incurre, fruto de la decisión de acomodar los hechos tal y como se necesitaban para que fueran funcionales a la trama que se quería contar. Se sabe que el Caso Morales es único por múltiples factores, a tal punto que se trata de un hecho policial que ya contaba con una película cuando todavía estaba en etapa de instrucción, algo sin precedentes. Pero a diferencia de “El Caso María Soledad”, filmada por Héctor Olivera y estrenada en 1993, el filme emitido en Netflix asume una responsabilidad mayor, y por ende son mayores sus desaciertos. Porque aquí se presenta el trabajo como un documental, por lo tanto no puede tomarse licencias admisibles hasta cierto punto cuando se navega en el plano de la ficción. Lo que hace “El fin del silencio” es contar por enésima vez la historia oficial del caso, un relato instalado y aceptado que ha perdurado por décadas y posiblemente perdurará mucho más, sin que a nadie le preocupe demasiado la distancia abismal a la que se aleja de la verdad histórica. El relato se mantiene porque es argumentalmente perfecto: es el espantoso crimen como punto de partida para una rebelión triunfal de humildes contra poderosos, de pobres contra ricos, de buenos contra malos. Más de 30 años después, nadie quiere escuchar otra versión, entre otras razones, porque la gran mayoría solo conoce lo ocurrido según se lo contaron una y otra vez.
Visión sesgada
El documental repite la historia oficial, y la sostiene en base a deliberadas y muy notorias omisiones, que quienes se informen del caso a través de la película no tienen ninguna posibilidad de detectar, pero aquellos que hayan vivido esa etapa no pueden dejar de advertir. Todo está construido sobre omisiones, a tal extremo que aquello que eligió no decirse es pilar determinante para dibujar antojadizamente lo que sí se expone. En este plano es imperativo insistir en la plena y total condena del aberrante crimen de una joven inocente, en la solidaridad total con su familia, con sus amigas, y en el escozor indescriptible que causa un hecho tan cruel e imperdonable. Todo ello está fuera de discusión, no así lo que sobrevino en materia judicial, social y política, que este documental toma en forma sesgada con una selección de afirmaciones direccionadas en un único sentido. El detalle más evidente es que en toda la película ni siquiera se menciona una vez a Lila Zafe, abogada que fue protagonista excluyente del proceso judicial. Se hace de cuenta que no existió, pero contar la historia del Caso Morales sin nombrar a Lila Zafe es como contar la historia del Mundial 86 sin mencionar a Maradona. Porque Zafe fue pieza clave para manipular y presionar, para ensuciar la investigación, para presentar testigos falsos y para acusar a Guillermo Luque. Todo lo hizo en equipo con Martha Pelloni, avaladas por un circo mediático infinito y sin escrúpulos. A modo de ejemplo, funcionaba así: Zafe y Pelloni convocaban a una conferencia de prensa y declaraban “Luque asesino, Luque violador”. La afirmación ocupaba todos los titulares del país. Días después, volvían a convocar a la prensa y anunciaban: “El crimen está esclarecido, le entregamos al Obispo una carpeta con todas las pruebas”. ¿Qué entregaban al Obispo? Los recortes de los diarios con sus propias declaraciones. Esas eran las pruebas.
Detalles determinantes
El show mediático creció contaminado por intereses políticos inocultables, a los cuales tampoco se hace mención en el documental. Pero fueron esos intereses los que hicieron mutar el original reclamo de esclarecimiento y justicia, hasta deformarlo en la desesperada exigencia de condenar a Luque sin importar ninguna otra circunstancia, exigencia que ya no era un clamor social sino una necesidad del poder de turno, que había alcanzado el Gobierno a caballo de esa teoría y debía defenderla a cualquier precio. Porque detrás de la reacción noble y legítima de los catamarqueños, hubo un aprovechamiento atroz del caso, en virtud del cual el interés político desplazó al pedido de justicia hasta hacerlo desaparecer.
Algunas menciones
Trasladada esa realidad al contenido del documental, pueden marcarse como ejemplo sólo algunos aspectos puntuales que son presentados de modo que (por parcialidad, tergiversación o información incompleta), ofrecen una visión distinta, desconectada o directamente opuesta a la realidad.
A saber:
* Llegada de Patti
Se presenta el desembarco de Luis Patti como una decisión del entonces presidente Carlos Menem, tendiente a desviar la investigación y fortalecer la hipótesis del crimen pasional, al único efecto de proteger a Guillermo Luque. Se recuerda luego que Patti fue condenado por delitos de lesa humanidad.
En realidad, la llegada de Luis Patti respondió a un pedido realizado por Martha Pelloni y Lila Zafe, quienes reclamaron la presencia del policía en Catamarca como garantía de imparcialidad en la investigación. Por entonces, muy lejos de las condenas posteriores, Patti era considerado en todo el país el “superpolicía” implacable y de mano dura, que inspiraba confianza a la querella.
* Expulsión de Ángel Luque
Se hace referencia en la película a la expulsión del diputado nacional Ángel Aturo Luque, padre de Guillermo, de su banca en el Congreso de la Nación, a partir de dichos que le atribuyó la prensa sobre que hubiera hecho desaparecer el cadáver de haber sido su hijo el asesino. Se señala que fue la primera expulsión de la historia en la Cámara.
La expulsión de Ángel Arturo Luque no fue la primera de la historia ni mucho menos. Antes de Luque habían sido expulsados Eusebio Ocampo, Buenaventura Sarmiento, Juan Andrés Gelly Obes, Francisco de Elizalde, Luis Olmedo Cortés, José Núñez, José Guillermo Bertotto, Roberto Sanmartino, Agustín Rodríguez Araya, Atilio E. Cattáneo y Roberto A. Carena. Claramente no fue el primer caso, pero lo más importante es que Luque fue expulsado por la presunta comisión de un delito por el cual resultó sobreseido en la Justicia, de modo que fue expulsado sin motivo alguno.
* Resurrección de teorías
Una a una, se van presentado como ciertas a lo largo de la película todas las teorías que fueron puntualmente descalificadas, por pericias, por inconsistencia o por retractaciones de los propios testigos inducidos a declarar para incorporar los relatos a la causa. Así, revive la idea de que el colectivero Carlos San Antonio Ponce vio cómo arrojaban el cuerpo, las declaraciones de Moreno y Medina sobre el Falcon con manchas de sangre y hasta el supuesto intento de reanimación en el Sanatorio Pasteur; entre otras fantasías que supieron acaparar titulares mediáticos y se desmoronaron ante la primera investigación.
* Declaración de Muro
Sobre el final del juicio de 1998, apareció Jesús Armando Muro, el testigo que hacía falta para atar todos los cabos sueltos y ofrecer la teoría que se necesitaba para la condena. Ocho años después del hecho, Muro surgió de la nada y lo reveló todo: ubicó en un mismo lugar a Luque, Tula y María Soledad, y permitió que la teoría oficial se cerrara. En la película se lo muestra como el testigo clave que se va saludando al público.
Muro denunció que fue presionado e instruido por el fiscal Gustavo Taranto para armar su versión, que le fue arrancada en la sala de audiencias a regañadientes. El propio testigo detalló la manera en que se le enseñó lo que tenía que decir, y lo hizo formalmente ante la Corte Suprema de Justicia de la Nación. La Corte Suprema remitió ese testimonio a la Corte de Catamarca, todavía en tiempos del Frente Cívico y Social, que resolvió archivar el tema para siempre.
Condenado sin pruebas
Al margen de la tarea de desmenuzamiento de las imprecisiones, que podría extenderse por varias páginas, la clave es que todos quisiéramos que la historia oficial fuera cierta, y que el crimen hubiera concluido con un acto de justicia. Pero no fue así. Lo que se hizo fue cerrar el caso con un condenado sin pruebas, sólo para satisfacer al poder político de turno, que había armado un Comité Estratégico de Seguimiento del caso, como reconoció el diputado Juan Carlos “Machete” Balverdi, que aparece en el filme como un simple testigo. El modo más simple de entender que la condena a Guillermo Luque carece de sustento es intentar creer en el fallo de los jueces.
La inexistencia de una teoría sustentable es tan evidente que los abogados defensores de Luque pidieron en reiteradas ocasiones que se procediera a la reconstrucción del crimen y la solicitud fue sistemáticamente denegada, por la sencilla razón de que los jueces sabían que no habría modo de reconstruir los hechos. Era imposible. No podían hacerlo porque jamás supieron qué ocurrió. Y aceptar esa ignorancia equivaldría a admitir que no tenían elementos para condenar a Luque. Si una persona completamente ajena al proceso judicial procurara reconstruir el crimen basándose en lo que dice el fallo condenatorio, tampoco tendría modo de hacerlo, en primer lugar porque jamás se especificó dónde fue. Tampoco se conoce con precisión el día ni la hora del fallecimiento y mucho menos las circunstancias en que se produjo la muerte de María Soledad Morales. Para responsabilizar a Luque, la parte acusatoria exigió una serie de pruebas cuyos resultados fueron favorables al imputado, de modo que la acción civil y la fiscalía debieron invariablemente descalificar o relativizar los resultados de los exámenes que ellos mismos habían solicitado.
Luque demostró que estaba en la Capital Federal a través del testimonio de decenas de testigos. Todos estos testimonios fueron descalificados de un plumazo por los jueces, que simplemente decidieron no tenerlos en cuenta, de manera arbitraria e infundada. Las pericias bioquímicas corroboraron de manera indubitable que el semen hallado en el cuerpo de la víctima no le pertenecía. Y las características genéticas, como ser secretor o no secretor, no son variables como un corte de pelo. De manera que conviene repetirlo: los exámenes científicos determinaron que el semen que se halló en la víctima no era de Guillermo Daniel Luque.
Pedro Gramajo, Jorge Oscar Martínez, Jesús Armando Muro, Ramón Gabriel Medina, Guillermina Vildoza de Vizcarra, Evangelina Sosa y otros testigos de cargo detallaron el modo en que se les enseñó un libreto y se les prometió favores a cambio de que incriminaran a Luque. A Luque lo ven pasar en cinco automóviles diferentes, pero nunca carga nafta. Ninguno de los testigos que afirma verlo en Catamarca a lo largo de la causa intercambia siquiera un saludo con él. Nadie le habla, nadie lo escucha pronunciar una palabra. Sólo lo ven pasar, se lo cruzan en la calle, en distintos lugares y a la misma hora. Luque cambia su peinado en cuestión de minutos. Lo tiene alternativamente largo, por los hombros, al estilo punk. Lleva aros que aparecen y desaparecen. Su barba crece y se afeita para volver a estar barbudo segundos después. Luque “asiste al local bailable Clivus”, donde esa noche concurren más de 1.700 personas. La única que lo ve, entre 1.700 personas, es Rita Furlán. Nadie lo vio entrar, nadie lo vio salir, sólo ella lo vio dentro del local; ya que el restante testigo que apoyó esta teoría, Jesús Muro, rectificó todos sus dichos explicando que el relato que ofreció fue armado por el fiscal Gustavo Taranto.
Como las pericias pedidas por la propia parte acusatoria demuestran que Luque no fue el violador, se explica que sería culpable de ese delito aún sin penetrar a la víctima, sólo por participar de aquella reunión en que María Soledad perdió la vida. La “coautoría” es terminante y amplia en sus implicancias: Luque es coautor del crimen aunque no la haya tocado, sólo por estar allí. Con esa teoría, ya no necesitan pruebas: Luque es declarado coautor del crimen. El tribunal determina que entre los demás autores estaban Hugo Ibáñez y Eduardo Méndez: se los detiene y se los procesa, pero ambos son sobreseídos. La Justicia los desvincula del caso al comprobar que Muro mintió en su declaración y que la historia del múltiple encuentro en Clivus era falsa. Todos quedan libres, menos Luque, aunque Muro admitió que no lo conocía y que jamás lo había visto (ni en Clivus ni en ninguna otra parte). No hay más culpables, no hay coautores ni se los busca: Luque es, para la Justicia, el único que estuvo con la víctima, no se droga pero la drogó a ella a la fuerza, no la viola pero es el violador, no la mata -según los jueces, incluso, quiere salvarla- pero es el responsable de la muerte.
Los jueces ordenan el procesamiento por la presunta comisión del delito de falso testimonio a más de 30 testigos. Ninguno es convocado jamás para declarar. Todas las causas quedan en el olvido y proscriben. Se habla de un encubrimiento gigantesco: jamás se investigó o procesó a nadie por ese delito. Se cometen toda clase de aberraciones e irregularidades jurídicas, todo con un único fin: condenar a Luque. Nada más interesa. Con Luque condenado, ninguna otra causa conexa avanza. La misión estaba cumplida.
Conclusión
La acusación contra Luque admite que no hay pruebas, pero considera que los indicios son suficientes. Tampoco hay indicios, pero los imagina. Esa es la teoría de la sentencia: no hay teoría. Todo lo que se afirma es que Guillermo Luque es culpable, pero jamás se explica cómo ni por qué. En todo el expediente, incluyendo las actas de debate, no hay una sola persona que diga cómo mató Luque a María Soledad. Más aún, no hay una persona que los haya visto juntos, siquiera una vez. Porque lo más aproximado es Rita Furlán, la única testigo que los ubica en el mismo local bailable, pero en lugares diferentes. Todo lo que existe son declaraciones de médicos que especulan sobre una docena de causas posibles de muerte y chismes de unas pocas personas que, por dichos de terceros o cruces accidentales, creen haber visto a Luque en Catamarca. Así planteado el caso, no existe otra conclusión posible que admitir que se condenó a un inocente y que se lo condenó de manera intencional. Que fue una causa armada y definida desde mucho antes que se pronunciara oficialmente la Justicia. El documental de Netflix decidió no detenerse en este aspecto de la historia. Quizás algún día se haga un documental que elija un camino alternativo a la historia oficial, y se enfoque en la condena de un chivo expiatorio para responder a la demanda de un esclarecimiento que nunca llegaría.
El Esquiú.com