El Secretario
Empresas del Estado, como el eterno ciclo del agua
Lo aprendemos en la primaria: el agua de los ríos y mares se evapora, se forman nubes que al chocar provocan lluvia y el caudal de ríos y mares vuelve a crecer para reiniciar todo otra vez. Algo similar sucede en Argentina con las empresas oficiales, estatizadas, privatizadas, reestatizadas, vueltas a privatizar y así eternamente, pero con una pobreza argumental alarmante y un debate inconducente detrás que no lleva a ninguna conclusión. El Gobierno libertario ya puso en marcha una nueva ola privatizadora que incluye decenas de empresas y el concepto es el mismo de siempre: que el Estado administra mal, que se despilfarra dinero, que sólo exhiben ineficiencia a costos altísimos. Luego se las estatiza para recuperar patrimonio nacional y se denuncian los negociados y corruptelas de los procesos privatizadores, hasta que se vuelven a cuestionar gastos y se coloca otra vez el cartel de remate.
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Vale el repaso, aunque más no sea para entender que la supuestamente revolucionaria propuesta de Milei y su equipo económico no tiene nada novedoso, y se ha reiterado cíclicamente a lo largo de la historia argentina. El fenómeno abarca casos visibles como los servicios públicos, pero llega a todos los rincones, como industria agropecuaria, de hidrocarburos, textil, portuaria, aeroportuaria, comunicaciones, inmobiliaria, etc. Es un hecho singular que todos estos cambios, una y otra vez, se encaran como gestas fundacionales y cruzadas reivindicadoras, tomando cada quien el capítulo de la historia que más le conviene. En un país donde casi todo pertenecía a potencias extranjeras, el abanderado de la estatización siempre será Juan Perón, que además comenzó a gobernar con las grandes naciones maltrechas en la posguerra y les compró todo. Perón llevó adelante la estatización de 132 empresas, récord imbatible. Pero también privatizó el kirchnerismo (39 empresas entre Néstor y Cristina), presidentes de facto y en mucho menor medida desarrollistas como Arturo Frondizi. En el medio, se retrocedieron varios casilleros en gestiones como la de Carlos Menem, en teoría peronista, que vendió “hasta las joyas de la abuela”, tal como propone hoy MIlei.
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Hay diferentes clases de estatizaciones, la dirigista, de competencia, de regulación y de salvataje. Y hay distintas clases de privatizaciones, las transparentes y las que sólo buscan favorecer a un grupo económico; las que impulsan la competencia y las que apenas cambian un monopolio estatal por un monopolio privado. Porque se menciona la libertad de elegir, pero ¿qué elegir cuando sólo hay una empresa privada con población cautiva? Catamarca también lo vivió, con la vieja DECA. (Dirección de Energía de Catamarca), convertida en Edecat y recuperada luego como EC Sapem, por mencionar sólo un ejemplo. Pero el eje de la cuestión nunca se aborda, porque se pasa de la acusación al Estado ineficiente a obsequiar todo a un grupo poderoso, más de una vez vinculado al propio Gobierno que lo bendice. Así, la cadena promete sumar varios eslabones más en el futuro, entre otras razones porque se advierte hoy la ausencia de un proyecto serio y la única ambición de hacerse de unos dólares, sin importar demasiado el servicio que se ofrece ni la suerte de los usuarios/consumidores.
El Esquiú.com