El secretario
Juicio express en el Senado
Una semana apenas transcurrió desde que el senador nacional Edgardo Kueider decidió hacer un viajecito placentero con su joven secretaria hasta que fue eyectado de su banca en el Congreso de la Nación, como para ratificar la volatilidad extrema de la realidad política argentina, donde todo puede cambiar drástica e inesperadamente de un momento a otro. El título es una metáfora, por cierto, porque no hubo juicio alguno, sino la decisión de expulsarlo, basada en una fortuna no declarada de dólares, pesos y guaraníes, que le hallaron al legislador cuando cruzaba la frontera a Paraguay por el Puente de la Amistad. Nunca antes habían expulsado a un senador nacional y puede haber muchas objeciones a la decisión, considerando incluso la del propio Kueider, quien señaló que no le dieron ni siquiera una oportunidad de defenderse y lo echaron por una presunción, sin mediar condena ni proceso judicial. No deja de ser cierto.
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La clave es que en el Senado no se puso en debate la conducta personal de Kueider, como lo indican las formas. Subterráneamente, su caso desató una batalla política entre oficialismo y oposición. Porque Kueider ganó su banca como candidato peronista, ganó las elecciones con votos peronistas y asumió como senador peronista. Pero una vez que se acomodó en su banca se fue de la bancada del peronismo y se sumó a los libertarios, votó con los libertarios y se puso el traje del oficialismo. ¿Fue el dinero que le hallaron fruto de esa oportuna mutación? Ya no importa. Había cruzado una línea sin retorno y les regaló a sus traicionados la oportunidad de masacrarlo y, de yapa, recuperar la banca, en un recinto donde los números cotizan mucho mejor que en Diputados.
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El Gobierno y su prensa amigable no tardaron en exhibir fotos de las boletas para mostrar a Kueider como peronista. Un intento desesperado y casi infantil por negar lo obvio: que era un furioso converso, con sus votos oficialistas como evidencia irrefutable. Por eso los libertarios y sus aliados intentaron primero evitar la expulsión, y hasta presionaron con avanzar contra legisladores del PJ. Pero al final terminaron, la mayoría, acompañando la inédita tarjeta roja para el senador que representa a Entre Ríos. La causa estaba perdida e impedir la expulsión borraba la última chance de sostener, aunque sea en el discurso, que Kueider no era uno de ellos. Se alinearon a lo inevitable cuando la suerte estaba echada, lo que no disimula la derrota de la tropa de Javier Milei. En 1945, cuando la Segunda Guerra Mundial que llevaba más de un lustro concluía y ya había dejado un tendal de 60 millones de muertos, Argentina les declaró ridículamente la guerra a Alemania y Japón, sólo para mostrarse del bando ganador en el último suspiro. Parecida a esa fue la maniobra oficialista de resignarse a echar a Kueider.