La vieja receta de perseguir en nombre de la libertad
“No solo no les tenemos miedo, sino que los vamos a ir a buscar hasta el último rincón del planeta en defensa de la libertad. Zurdos hijos de putas, tiemblen. La libertad avanza”, fue el último de los floridos mensajes presidenciales, con la riqueza de léxico que caracteriza a Javier Milei y que, más allá de las formas que suele elegir, marca una indisimulable contradicción lógica de quien pregona la libertad, pero amenaza a quienes no piensen como él. Una libertad extraña de quien por estas horas se mueve más como un embajador de Donald Trump que como Presidente argentino, al extremo de que su irascible reacción no surge de ningún hecho relacionado con su gestión, sino que nació de críticas dirigidas al multimillonario y flamante funcionario norteamericano Elon Musk. Milei se afianza en la remoción y promoción de odios, ubicándose en un rol de constante agresión para descalificar y, ahora amenazar, a cualquiera que ose no suscribir sus obsesiones. Una postura sistemática que no pasaría del tono desagradable, sino fuera porque ostenta una investidura.
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Lamentablemente, el patético estilo de Milei, que también la emprendió contra feministas, homosexuales y ambientalistas, hace escuela. Así como él imita a Trump en gestos y declaraciones, una legión de limitadísimos aspirantes a políticos, pequeños diputados, intendentes o concejales con insuficientes votos propios como para alcanzar la presidencia de un centro vecinal, se sienten poderosos e implacables jugando a insultar por redes sociales. Queda claro que hay terrenos fértiles para que esas semillas de odio germinen. Siempre que se promueva la violencia, alguien aparecerá para justificarla luego. Pero es un camino terriblemente nocivo, de consecuencias impredecibles y efectos incontrolables.
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La única señal positiva es que, a pesar de los recurrentes exabruptos, que hacen inevitable su paulatina naturalización, todavía generan reacciones. Maximiliano Ferraro, presidente de la Coalición Cívica, le recordó: “Usted no puede ni debe hablar así en un foro internacional, ni en su ámbito más personal. Un presidente de todo un país no puede usar ejemplos extremos para descalificar a nadie”. Pablo Avelluto, del PRO, sostuvo que “la lucha contra el autoritarismo no tiene partido. Es la lucha de todos los que defendemos la democracia frente al autoritarismo”. La radical Karina Banfi señaló que “la historia le va a exigir al Presidente de la Nación que se defina. O es un liberal que defiende el derecho de cada uno a sus opciones ideológicas y sexuales, o es un totalitario que amenaza con persecuciones y difama a los que disienten con él. La libertad es una sola y siempre”. Esteban Paulón, socialista, cuestionó las afirmaciones considerándolo “cruel y malicioso” y Julia Strada, de Unión por la Patria, sostuvo: “Milei dijo que la homosexualidad es pedofilia, en Davos. Hace exactamente un año, en ese lugar, negó las brechas salariales de género. La refundación del capitalismo occidental necesita a todos calladitos bajo el ejercicio de la supremacía de hombres blancos heterosexuales que someten a los demás”. Las respuestas siguen y abarcan a todo el arco político, lo que confirma que este rechazo no es partidario, sino producto del más elemental sentido común.
El Esquiú.com