El secretario
Un conflicto que se reedita después de un cuarto de siglo
Sería un error minimizar lo que está ocurriendo en la Asociación de Trabajadores del Estado (ATE), un gremio cuya conducción comenzó a recibir fuertes cuestionamientos públicos y hasta pedidos de renuncia, apenas un año después de haberse convalidado el mandato de la cúpula en elecciones. El tema es complejo y tiene varias aristas que merecen ser analizadas, para no caer en miradas simplistas o conclusiones apresuradas. En principio se formó un grupo, presentado como Autoconvocados, que expresa su rechazo al desempeño del secretario general Ricardo Arévalo, acusándolo de cuidar sus privilegios y desatender las demandas reales de sus representados. Este grupo, que lidera Sergio Romero, apuntó también a la figura de Claudia Espeche de la UPCN e impulsa varias acciones simultáneas, a saber: destituir a Arévalo, promover una desafiliación masiva de ATE, reunir a trabajadores de otras áreas y dialogar con el Ejecutivo sin intermediarios. Una puesta fuerte y a fondo. Arévalo, por su parte, denunció amenazas, subrayó que el grupo de Romero no es significativo (unas 100 o 200 personas en un gremio con más de 11.000 afiliados) y marcó una contradicción interesante: si los Autoconvocados quieren negociar por su lado y se declaran fuera del gremio, cómo pretenden a la vez tomar la conducción de una entidad a la que no pertenecen ni quieren pertenecer.
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Como telón de fondo, imposible negarlo, existen otros intereses. Los sindicatos son en sí mismos una plataforma política más que deseable, ya sea para obtener beneficios o gestionarlos. Es iluso creer que cualquier trabajador recibe el mismo trato que un dirigente gremial cuando sale a golpear puertas, o creer que sólo el amor apura a ciertos gremios a salir a respaldar candidaturas en tiempos preelectorales. Por otra parte, los gremios reciben mes a mes dinero fresco y manejan cajas importantes, que despiertan ambiciones más amplias que defender al obrero. Por caso, ATE hizo lo mismo en su momento, avanzando sobre otros sindicatos hasta dominar la mayoría de los aportes de la considerable masa de empleados públicos catamarqueños. Porque ATE (Asociación de Trabajadores del Estado) era originalmente el gremio que representaba aquí a los empleados del Estado nacional, con un puñado de afiliados de organismos nacionales en Catamarca, y para los provinciales estaba ATEP (Asociación de Trabajadores del Estado Provincial), un gremio al que ATE dividió primero y devoró después hasta hacerlo desaparecer, quedándose con toda la torta. Son acciones, claro está, que no se planean ni consuman sin la bendición de autoridades, para ubicar su propia gente y generar un nuevo círculo de amistades que se retroalimentan. Así avanzó en su momento Arnoldo Núñez con el Frente Cívico y Social, y así fue que cayó, al perder el padrinazgo de Casa de Gobierno, donde Arévalo gozaba de nuevas y suficientes simpatías como para sustituirlo.
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Aquí hay otro escenario, porque no se trata de una puja por la conducción con diferentes apoyos, sino de ir a romper jugando por afuera, con la siempre indiscutible bandera del reclamo salarial. Es de esos momentos en que el gremio es jaqueado con sus propias armas: se arremete contra quien tiene el rol de defender a los trabajadores con la premisa de defender realmente a los trabajadores. No es la primera vez que sucede: hace 25 años se produjo en Catamarca un fenómeno similar, con los Autoconvocados de la Salud. Y aunque no destruyeron al gremio, tuvieron éxito y terminaron por ser reconocidos, pese a la fragilidad legal que significaba su nulo respaldo institucional. Aquella vez, la tenaz negativa del Gobierno a escucharlos no hizo más que evidenciar la connivencia que existía con el sindicato formal. Trazar un paralelo puede ser apresurado: los Autoconvocados de la Salud parecían tener objetivos más claros y concretos, además de contar con un apoyo masivo que el sector de Romero por el momento no alcanza. Se trata en resumen de un conflicto al menos inoportuno, porque la fuerza de los trabajadores nace de la solidaridad y todo lo que han logrado en la historia lo hicieron “unidos y organizados”. Desde ese punto de vista, toda división resta, máxime en estos tiempos, que no son especialmente prósperos para los asalariados.