Desde la bancada periodística

A 75 años de la visita de Eva a Catamarca

sábado, 7 de junio de 2025 01:05
sábado, 7 de junio de 2025 01:05

7 de junio de 1950. La ciudad vive una jornada que tiene la alegría y la emoción devota de una procesión. Hace frío, pero no como para desanimar a la gente. Igual es poco probable que el clima afecte a la multitud enfervorizada que ahora, de a miles y con sus pañuelos al aire, saluda a esa mujer rubia, flaca y vestida de negro que camina desde la Catedral al palco ubicado frente a Casa de Gobierno. Como una rockstar, “Evita” sube en medio del delirio de dirigentes y público.

La acompaña Félix Antonio Názar. De chico, en Chumbicha, su madre le puso “Felo”. Nadie le dice Félix o Antonio, es Felo para todo el mundo. Él es el hombre de Perón en Catamarca. Ella, la esposa del Presidente que llega a inaugurar obras monumentales. Felo es poeta y agasaja a la invitada con un discurso pleno de romanticismo. “Eres ángel, en un mundo torturado por visiones fantasmales de locuras y de hambre. Eres magia creadora de irreales paraísos, que despeja los brumosos horizontes de infancias doloridas y ocasos claudicantes”, le dice.

Eva María Duarte, la “Evita del pueblo”, la que es seguida en cada gesto, lo escucha. Se la ve un poco cansada –llegó temprano y no paró, salvo un rato a la siesta– pero igual presta atención a las metáforas almibaradas que salen de la boca de su anfitrión. Está conforme con la visita al Noroeste porque cree que suma rumbo a las presidenciales del año siguiente, cuando su marido se juega la reelección y ella, la continuidad de su proyecto reparador. A su turno y en un mensaje que es transmitido por LW7, la Primera Dama se dirige a la masa que grita su nombre.

—Me voy con la profunda emoción de un pueblo honrado, grande, que cruzando kilómetros y kilómetros, no vino a ver a la esposa del presidente, sino a la compañera Evita, que prefirió ser Evita si ese nombre era necesario para calmar algún dolor de sus compatriotas— dice, y muchos estallan en llanto.

Es el clímax esperado. La esposa de Perón le agradece a Názar. Le dispensa elogios y le confía que, de vuelta en Buenos Aires, se encargará que el Líder del Movimiento se entere de lo bien que la trataron en Catamarca. Una promesa de futuro brillante para el Interventor.

Eva Perón y Felo Názar se parecen: ambos son jóvenes, ambiciosos y ejecutivos. En poco tiempo escalaron a lo más alto del poder y quieren más. Tienen otra cosa en común: tres años después de ese día glorioso, ambos estarán muertos.

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“Viene Evita”. La confirmación desde el alto mando peronista, en las primeras semanas de abril, emocionó al Interventor Federal de la provincia. El doctor Názar reunió a su gabinete y le comunicó la novedad que era al mismo tiempo un serio compromiso: debía organizarse todo para que la estancia de la señora de Perón transcurriera sin inconvenientes. Tenían dos meses. Se formaron comisiones especiales de propaganda, finanzas, arreglo de la ciudad y hasta de “itinerario”. La Policía contrató “supernumerarios” para reforzar las tareas de vigilancia. YPF mandó 25.000 litros de nafta. Se arregló con Ferrocarriles que hubiera trenes gratuitos, además de colectivos y camiones para que nadie quedara afuera. Como en una procesión, se habilitaron escuelas para alojar a los que llegarían.

Názar pide a la CGT que la “muchachada” esté contenida. Rafael Gallo, referente de la central obrera en Catamarca, entiende el mensaje y lo transmite a los delegados: nada de disputas ni desórdenes, ni permitir que viajen personas alcoholizadas. Cuidar al máximo “el material rodante, ferroviario y automotor, considerando que son elementos de trabajo, riqueza y bienestar de la Nación”. Otra cosa, no menos relevante: “Procurar que todos vengan prevenidos para sufrir incomodidades”.

Los obreros trabajan a toda máquina, aquí y allá. Evita no viene a ver “avances” ni a justificar retrasos. Evita viene a entregar edificios terminados y listos para usar. “Perón cumple” es el lema oficial y su mujer es la garante del contrato: si Evita viene es porque la obra está.

El 6 de junio los comercios abren en horario corrido. Es que el día siguiente será feriado: al centro solo se podrá ir a ver a la mujer del presidente.

Cientos llegan a San Fernando del Valle ese gélido día de junio. No se registran incidentes de ningún tipo. La gente quiere que Evita se lleve la mejor impresión.

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El tren de Eva Perón arriba a la actual sede del municipio capitalino. Son las 9 de la mañana de un día histórico. Por aquel entonces, la estación cabecera de la red ferroviaria catamarqueña todavía es símbolo del Progreso: tiene mucho movimiento y la mantienen bien, como a tantas otras a lo largo y ancho de la patria.

Evita aparece al cabo de unos minutos. Lleva las trenzas recogidas en rodete que son su sello. Las del billete de 100 pesos que lanzó Cristina. Las del edificio de Desarrollo Social en la 9 de julio. Las de Esther Goris, Madonna o Lisa Simpson, entre las tantas que la imitaron.

Názar queda impactado con la Señora. Vio muchas veces la imagen de esa muchacha: en fotos y en películas, en carteles y en revistas. Bella, radiante, dorada. Presente: ahí está la Abanderada de los Humildes, el mito, la leyenda, justo en sus dominios. Y quiere quedar bien.

Felo tiene 27 años pero parece más grande. Morocho, bajito, con una calvicie incipiente y un bigotito a la usanza, se acerca a la Primera Dama, quien recién estrenó 31. La presenta con todos los que se amontonan para saludarla: gobernadores, magistrados, legisladores, monseñor Hanlon…

En la Estación continúan los saludos y se prepara la caravana. La comitiva de Eva es nutrida y cuenta con una presencia rutilante: Juan Duarte, “Juancito”, el secretario privado del General y bon vivant todoterreno.

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Este 7 de junio de 1950, el auto está adornado con flores y banderas argentinas. Eva Perón toma posición y se apresta a empezar la recorrida. El anfitrión sube y se queda quieto: Evita es la figura. Arrancan, bordean la plaza de la estación y circulan por calle Rivadavia. Una guardia policial les abre paso.

Es una procesión. Las veredas están invadidas. Calculan que un tercio de la población está en la calle para el acontecimiento. Seis mil alumnos y los directivos escolares se forman con disciplina marcial.

Comienza la rutina tantas veces documentada. Evita saluda con los brazos en alto, la gente le grita y le tira flores a su paso. Evita sonríe todo el tiempo. Como Perón.

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Eva Perón llega al Hospital de Niños. Luce exultante. Dos días antes entregó un “hogar escuela” en Jujuy y hará lo mismo acá y en otras provincias que visite en esta recorrida, pero la obra que tiene frente a sus ojos se le antoja magnífica. El “Policlínico de Niños Presidente Perón”, como se lo conoce entonces, es un centro de primera, acorde a los máximos estándares en materia de salud. Evita aclara que no llega “en campaña preelectoral” sino a “inaugurar realidades”. Un chiquillo de diez años que estaba entre la multitud burla la custodia y corre hacia la Primera Dama. Llora y le cuenta que su familia es muy pobre y que muchas veces no tienen para comer. Evita le dice que les enviará cosas, incluyendo una máquina de coser para su madre, para que pueda ganar algo de plata. Como hacía la suya allá, en Los Toldos, cuando Evita era Eva María, tenía el pelo negro y soñaba con ser actriz.

Evita logra consolar al changuito. Le pide el nombre completo y le da una noticia: desde ese día es mensajero del Correo.

Varias mujeres rodean a Evita. En cada lugar al que va le agradecen porque podrán votar por primera vez. “Vos lo hiciste posible”, le dicen. La ley de voto femenino está desde 1947 y recién se aplica en 1951. Las mujeres darán a Perón una gran alegría en esos comicios.

Dos damas tienen rol protagónico. Una es Rosa Nóblega, madre del diputado nacional Armando Casas Nóblega, quien acerca a Eva Perón un ramo de flores en nombre del pueblo de Copacabana, allá en Tinogasta, de donde son ellos. La otra que se destaca es Buenaventura Chéquer. Es la progenitora de Názar. Abraza a Evita por largo rato. Dicen que la quiere “como a la Virgen del Valle”.

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7 de junio de 1950. Es el mediodía. Evita llega al Hogar Escuela y se repite lo de un rato antes en el Hospital de Niños. Festejos, saludos, discursos. Hay un almuerzo y la Primera Dama descansa en la habitación que tiene reservada en el Hogar. A la tarde vuelve al centro, pasa por el camarín y se va al acto en la plaza. Tiene más cintas que cortar: la escuela San Martín y la Caja de Jubilaciones, en Esquiú y Ayacucho. No deja de lado lo partidario: arenga a la militancia, coordina con la dirigencia, se reúne con mujeres de su espacio.

Evita retorna a la Estación. Ha sido una jornada intensa. Todo salió como se esperaba, incluso mejor. El General estará complacido. Es cerca de la medianoche cuando Eva Perón se despide para siempre de Catamarca.

Gustavo Figueroa

El presente artículo reúne fragmentos de un informe especial sobre la visita de Eva Perón a Catamarca, elaborado por Gustavo Figueroa, quien fuera jefe de Redacción de El Esquiú.com, y publicado en agosto de 2020. Nuestro compañero Gustavo falleció tres meses después de esa publicación. El informe completo, titulado “Perón cumple, Evita inaugura”, puede leerse en la web www.elesquiu.com.

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